domingo, 15 de junio de 2008

Volveremos

sábado, 26 de abril de 2008

El interfecto amor



José Ricardo Báez González

Entre los zapatos negros, salpicados por el barro que producía la fuerte lluvia; entre las sombrillas negras, estaba ella. ¡por Dios hacía tanto que no la veía! Pero parecía que el tiempo no hubiera pasado, seguía siendo ella, perfecta. Caminaba sin mirar a su lado, con unas gafas negras que ocultaban su dolor; un gabán oscuro que con cada taconazo que daba se entreabría para mostrar su delgada figura adornada con una hermosa falda que le llegaba un poco más arriba de sus rodillas; hubiera dado lo que fuera por verla reír en ese instante pero era imposible.
Tenia ganas de fumar, de drogarme lento y despacio hasta que una hemorragia me dijera que era imposible inhalar más, quería tener sexo con alguna de aquellas chicas que siempre nos acompañaban, pero ya era tarde, perdí mi tiempo en eso. Y ahí seguía ella, mezclándose entre la gente; yo me acerque lo más que pude para verle el rostro. Era inconfundible, las gafas con gotas de lluvia deslizándose por los lentes; su fantástica nariz, que si la mirabas de lado no podías entender la forma, pues de frente lucía más hermosa; su pequeñísima boca de labios apretados, esos que solo aquella noche probé; sus pómulos tan divinos y sencillos; sus pecas que provocan; el cabello ondulado hasta sus senos pequeños y su piel albina, ella era más blanca que la luna, lo juro. Tenía como veinte años encima, pero parecía la misma niña inocente que conocí, hermosa y de palabras frágiles de la que me había enamorado. De pronto mis ganas de fumar, de drogarme y de tener sexo cambiaron por una obsesión repentina de desearle ver los ojos. Lo poco que recuerdo de el color sus ojos era que dependía de muchas cosas; por ejemplo por las mañanas, casi de madrugada los tenia negros y tenebrosos; al medio día eran cafés, como los míos; a las cinco con el sol de frente a su cara eran verdes en sus bordes y amarrillos en el centro; y por la noche, casi no los abría. Pero también dependía de cómo se sintiera, cuando lloraba eran azules, como el hielo; cuando estaba alegre, tan verdes como esmeralda viva, y cuando estaba furiosa eran morados. Nunca me dieron miedo, me encantaba ver sus camaleónicos ojos y tragaba mis palabras solo por poder admirarla toda una vida; una vida que ya había perdido. Lo que más recuerdo de ella, fue lo que paso aquella noche; recuerdo que todo empezó con una o dos botellas de vino, acompañadas de la música de Fito, el piano y las guitarras proporcionaban un ritmo para cada movimiento que hacíamos, ella abrazaba la almohada, su pelo parecía un río que se extendía sobre la funda, la sabana empezaba a pegarse a nosotros, ya éramos sólo un cuerpo, ya éramos sólo besos, gotas de sudor con sabor a whisky, aliento a nicotina, suspiros y gemidos marcados en el compás que nos daba la música, la sábana se hacia más pesada en mi sudorosa espalda, sus ojos se cerraban y se volvían a abrir lo suficiente para ver mis ojos, sus mejillas estaban rosadas como nunca antes habían estado, sus labios exhalaba un delicioso sabor a vinotinto, y su vientre delgado completamente empapado de amor. El sacerdote de estola morada empezaba a decir unas palabras; no se por qué rezan, nunca creí en Dios, estaba tan aturdido con esos rezos que decidí alejarme un poco y sentarme cerca de un charco asqueroso, café y lleno de zancudos; gire mi cabeza para saber si ya habían terminado los rezos y ella estaba a menos de medio metro mío, me aterré tanto que camine como cangrejo cayendo en ese asqueroso charco, vi que ella volteó a mirar sin darle mayor importancia. Así era como debería haber muerto, en un charco de mierda, con los zancudos en mi cabeza y con mi ojo izquierdo viéndola fumar. Me puse de pie, la observé, detalle cada pelo que iniciaba café para terminar en sus extremos dorados, cada pestaña rizada, cada peca, su perfección al pararse para fumar, su boca que se abría para dibujar una “o” con sus labios, por donde exhalaba un humo azul denso que peleaba con el viento y se perdía con las gotas que aun caían.
Estaba enamorado, hasta ahora me daba cuenta, cómo puede se posible que en el momento en que no puedo hacer nada ella se me aparezca, tan hermosa, tan perfecta, tan callada, tan blanca. Ella fue la primera, y ha debido ser la única, mi vida fue un completo asco. Había entrado en pánico, seguramente ella me espero todos estos años, y yo encerrado en mi mundo de sexo, drogas y chill out; encerrado con la misma gente, durmiendo sobre dólares y jeringas, haciéndolo con cualquiera de las prostitutas que nos acompañaba en una noche de juerga. Eso nadie lo sabe, para mis padres fui el hijo ejemplar, pero no era así, mi vida fue una porquería y no aprendí nada, deje pasar las oportunidades que me había dado la vida; la deje pasar a ella. De nuevo caí vencido por el temblor de mis piernas, el frío me atormentaba, lo sentía carcomer mis entrañas, de mis ojos comenzaban a brotar lagrimas que se las llevaba el viento antes de que tocaran suelo, volví a mirar mi tumba; ella ya había terminado de fumarse su cigarrillo y volvía caminando lento para esconderse entre los demás.
Permanecí sentado ahí llorando mucho tiempo, la lluvia ya casi había cesado, encima de mi ataúd ya solo había tierra; era mi fin, ya nadie nunca volvería y yo estaría ahí acostado esperando a que los gusanos se comieran mi carne sudada, esperando que ella me perdonara; sintiendo el frío de la soledad, ahogándome en la lluvia y el barro. Ella prendió su último cigarro, se lo fumo a bocanadas lentas dejando un poco de su labial rojo en el filtro, sabía que estaba hablando conmigo pero yo no la oía; de pronto detrás de sus oscuras gafas derramaba delicadas y perfectas lágrimas. ¡Que dolor el que yo sentía! Ahora se alejaba caminando, intentando esquivar los charcos del cementerio, y yo no paraba de llorar, reclamándome a cada instante mi estupidez. Lo entendí, no había muerto de la enfermedad que me catalogaron los médicos, había muerto por ella, había muerto por la ausencia de su amor.

José Ricardo Báez González. Colombia.

Desventuras del profesor que escribe



Vicente Quirarte

Siempre tendrá un doble pretexto para justificar sus infidelidades a los que considera polos de su vida: no puede escribir porque tiene toneladas de trabajos que revisar. No puede ser un buen profesor porque sus energías mejores están dedicadas a la literatura. Uno, acaso el más pedante, dirá “mi obra”. Como nadie vive aún de lo que escribe, el escritor en ciernes ingresa en una carrera humanística, casi siempre de letras. Si verdaderamente ama a la Ingrata -la literatura- con la ingenuidad y la devoción de amateur, pretende servirla con absoluta entrega, enseñándola. De las actividades laterales a la escritura misma, la de profesor es la que más se le aproxima y la que se encuentra al mismo tiempo más lejana.
Aún no termina su licenciatura y ya está, impaciente y brioso, como potro en la línea de salida, dispuesto a demostrar todo lo que sabe, porque lo sabe todo, menos que la vida está divorciada de las letras. Comienza a dar clase a muchachos de enseñanza media apenas mayores que él. Los adolescentes, como toda fauna natural e instintiva que se respete, están preocupados por cosas más tangibles e inmediatas que el fervor de Dante por la pálida Portinari. No importa. El profesor-escribiente da batalla con sus mejores armas, se desgañita, amenaza. Sus defensas se anulan cuando las mujeres que pueblan sus lecturas se materializan de pronto en la adolescente de la primera fila que no deja de mirarlo, le dice buenos días con una modulación que ni Mozart en sus mejores días y le sostiene la mano más allá del saludo.
Los paseos por semejantes purgatorios tienen diversas características, como diferentes son los círculos del infierno. Imaginemos al profesor en su primer día de clases frente a un grupo exclusivamente de varones, en una escuela particular de niños bien, rechazados de las demás escuelas. A esta triple calamidad añádase que la autoridad brilla por su ausencia. A la salida, el profesor-escribiente llegará a casa a componer versos desesperados donde hable de la incomprensión del mundo. Sin embargo, al día siguiente, mientras se anuda una de sus dos corbatas y piensa en la estación Pino-Suárez del metro, se dirá que aun Quevedo y Hölderlin tuvieron que desempeñarse como profesores, lo cual no los rebaja ni los hace mejores poetas. Lo que no se explica es por qué sus poemas son rechazados de todas las revistas a donde los ha enviado, ni por qué su novia se ríe de los poemas que, en opinión de su autor, son los más serios.
En principio, las cosas marchan mejor cuando el colegio es exclusivamente de niñas. Por desgracia, casi todos los colegios de niñas son de monjas y los que no lo son manejan un discurso moral cuya rigidez y dobleces espantarían a nuestros más acérrimos clericales decimonónicos. Con más colmillo, algún primer libro y más horas de vuelo, el profesor-escribiente puede aterrizar en otro coto privilegiado: el de las señoras que huelen bien y pagan regular, como decía el gran Luis Rius, quien cautivaba doblemente desde su entrada en escena hasta la demostración de sus múltiples sabidurías. En estos grupos de mujeres bien vestidas, bien comidas, ávidas de vida, las desventuras del profesor-escribiente pueden mitigarse y llevarlo a vivir en la economía-ficción provocada por los banquetes donde también es invitado el bufón del rey.
Cuando el profesor-escribiente llega por fin a la universidad, las cosas cambian y no. Vuelve a las excusas del principio pero ahora, como ya ha escrito más y tiene -como se dice- más tablas, siente que su palabra es ley y descubre que ser profesor no es tan malo. Que es una bendición si nos ponemos a pensar en que Flaubert consideraba que había que ser un monstruo para hacer realmente algo en esta carpa malagradecida. Y cuando sale de dar una clase que ni siquiera ha preparado, sonríe mientras piensa en que los grandes escritores han sido malos profesores, y piensa en Luis Cernuda y Ramón López Velarde. Claro que, con mala intención, podríamos echar a perder su momentánea alegría si le citamos nombres como Sergio Fernández. O fray Luis de León.

Notas azules*


Elaine Equi

1. Es el tipo del día donde cada uno, hasta el cajero, parece estar cerca de las lágrimas.

2. …en la galleta de azúcar del reflector.

3. El poema es un lugar para ocultar cosas a guisa de revelación.

4. Tal como solía fantasear sobre la vida secreta de los objetos, entonces la poesía se hizo un modo de fantasear sobre la vida secreta de las palabras.

5. Mi niñez: una torpeza tan robusta que nadie podría derribarla.

6. La verdad sobre el Modernismo: parece como si cada uno fuera todavía el Finnegan’s Wake.

7. Puedo imaginarme a un Gulliver atado con perfume —flores en vez de cuerdas.

8. El pensamiento de tabloide es el triunfo de la democracia: la venganza sobre cualquier persona que pensó que ellos eran mejor que nosotros.

9. Los tarros hacen que usted ponga en ellos el brillo. Wallace Stevens sabía de los placeres de los tarros. Exhibición de tarros mientras que las cajas ocultan y entierran. La caja última es un ataúd.

10. Nos olvidamos que ser un buen oyente también significa escucharnos a nosotros mismos.

11. Quiero leer, pero estoy demasiado cansada. Mis palabras guardan el deslizarse de los ojos en la página.

12. La voz de la mayoría que me parece oír ahora mismo —¡El dinero!

13. Corto de espíritu.

14. Ha cogido un tufo de relámpago directamente antes de irse a la cama.

15. Sobre la persistencia de las jerarquías: “... el espíritu de la gente menos importante también fue a la morada del bendito, pero no cortaron mucho a la figura que allí estaba; mientras los plebeyos no tenían alma en absoluto o, tenían almas hechas de una materia pobre y atenuada que ellas fallecieron junto con el cuerpo,” (C.E. Vulliamy)

16. Como campanas que suenan en una película silenciosa.

17. MIÉRCOLES DE CENIZA

Exprime
por la parte más oscura --

palabras llanas
conseguidas detrás del olvido.

Cenizas
más suaves que la piel.

18. La tierra es finita. Pero el mundo sigue haciéndose más grande. Demasiado grande para solamente este planeta, para sostenernos en su vistazo que nos hace girar.

19. El olor de pan de jengibre en el vestíbulo y, de la puerta de un vecino, el cacareo de una bruja de historieta.

20. Ansiedad de Separación: dolor de fantasma en el miembro fantasma del terapeuta.

21. Retrocesos Eróticos: El limpiaparabrisas silba como el péndulo en la película “El pozo y el péndulo” como cuando roza el estómago del protagonista. El rayo láser que mueve poco a poco su camino hacia la entrepierna de Sean Connery en “Goldfinger”. Ambos hombres atados —desvalidos contra la tecnología, sin ser ello barbárico o muy avanzado.

22. Sólo la música puede transportar, caminar y volar al mismo tiempo: el bajo sobre la tierra, la flauta en el aire.

23. Un rasgo heredado: petición de direcciones y puntual olvido de ellas.

24. “Sus mentes están siempre ocupadas —siempre adornando.” (Mi madre sobre nuestros parientes)

25. Mirar antes-y-después cuadros de gente en el cielo.

26. Encuentro los espacios en blanco necesarios para vagar y crecer adentro.

27. “Yo” en mis propias manos.



...
*Elaine Equi ha publicado seis libros de poesía. Su trabajo ha sido recogido en las antologías Postmodern American Poetry: A Norton Anthology y en The Best American Poetry en las ediciones de 1989, 1995 y 2002. Creció en Chicago, actualmente vive y enseña literatura en la ciudad de New York.

Nota: El texto en ingles fue tomado de la revista norteamericana Cross Cultural Poetics No 3. La traducción que publicamos es de Raúl Vázquez (versión aún de borrador).

¿Todo bien? de Nadia Villafuerte


Mario Alberto Bautista

La escritura de Nadia Villafuerte incomoda. ¿Todo bien? (Dirección de Educación y Cultura del H. Ayuntamiento de Yajalón-Ediciones de el animal-CONECULTA CHIAPAS, 2007), su tercer libro de relatos, no es la excepción.
En relativamente poco tiempo (seis años, atendiendo la fecha de publicación de su primer libro) la escritora se ha hecho una referencia en nuestra bisoña, impresionable y uniforme joven narrativa chiapaneca: apariciones en antologías editadas dentro y fuera del país, becas y espacios en publicaciones culturales tanto locales como nacionales la acreditan como una narradora que, de joven y promisoria, está en trance de alcanzar una cierta madurez expresiva.
¿Por qué “incomoda”, entonces, la escritura de Nadia Villafuerte? ¿Cuáles son sus armas? ¿Basta decir que el cinismo y la violencia —pedestre y explícita esta última en sus casos más desafortunados— son sus más reconocibles caballos (o yeguas, o sirenas, quizá) de batalla? Yo ya no estaría tan seguro.
¿Todo bien? supone, quiero verlo así, una inflexión en la incipiente obra de Villafuerte. El libro inicia con “Botas tejanas”, acaso un doble guiño a las fantasmadas de Wilde y Rulfo. ¿O es acaso simple coincidencia el inicio: “Fui a Juárez porque quería comprarme unas botas vaqueras”? En todo caso, y extendiendo un razonamiento de Antonio Ramos —mismo que junto a Eduardo Rodríguez se encarga de la “Presentación” de este volumen— hecho en otra parte, el relato es atípico, distinto a los que nos tiene acostumbrados Villafuerte. Esta característica, que es apreciable, paradójicamente desvirtúa el libro porque uno se predispone y espera más narraciones de ese tipo.
Ramos calificó de encomiable el inicio de “Botas tejanas”, por lo que se entiende que el resto no le agradó. Yo opino lo contrario: el relato me pareció valioso, insisto, porque a la decoración, por llamarlo así, de Villafuerte —la frontera, la violencia, el personaje femenino que se precia de su inteligencia o cinismo— la escritora añade —oh, Geena Davis, oh, Susan Sarandon— un final inesperado.
Los demás relatos, la mayor parte escritos en primera persona y protagonizados casi todos por personajes femeninos son, en su relativa homogeneidad, desiguales. “Roxy”, “Jugo de naranja” y “Tutú” me parecen escritos de forma apresurada, con trazos poco profundos. Hay incluso alguna similitud, que a su vez indica cierto estancamiento, con textos anteriores: “Roxy” y “Mala reputación”, relato el último de Barcos en Houston (2005), repiten el “motivo” del travesti, aunque no sus circunstancias. También hay una misma atmósfera igual de tristona y llena de fracaso entre “Barcos en Houston” y “Noche tibia y callada de Veracruz”, del segundo y tercer libro de Villafuerte respectivamente.
“Tinta azul”, por otra parte, me parece el relato mejor logrado del libro porque representa el viraje que están tomando los textos de Villafuerte. Los personajes siguen siendo violentos, pero su violencia es más abstracta, más interiorizada: menos burda y más desesperante. Las criaturas de Villafuerte se están volviendo más refinadas a la hora de ser crueles y por eso adquieren relieves más notorios. La Villafuerte que se regodea en la estridencia y el exhibicionismo está cediendo paso, espero y quiero creer, a una narradora más reflexiva y sin embargo igualmente escéptica, como siempre.
“Íbamos de sur a norte / y tan lejos / que parecía que en realidad / no nos movíamos” dice Roberto Bolaño en el epígrafe que Villafuerte escogió para Barcos en Houston —el mismo Bolaño que, por cierto, se percibe en “Cachukas girls” de Barcos…, el mismo Bolaño al que una desconocida y sospechosa Berenice Vázquez “glosa” en un texto de aparición más o menos reciente—: nada más acertado para decir, con palabras de otro, me parece, en qué consiste el sino de la escritura de Nadia Villafuerte: la errancia —ya sea física o espiritual— como condena y salvación, la propia existencia como frontera insalvable entre los demás.
¿Todo bien? me parece, entonces, un libro de transición. Desigual y todo (Barcos en Houston era coherente por su repetición), pero que por eso mismo permite vislumbrar los cambios, estancamientos y “obsesiones” de su autora. Tengo entendido que Villafuerte se está concentrando en narraciones de mucha mayor extensión. Mientras tanto, debido al influjo temporal de este libro, sólo me queda agregar que si alguien me pregunta en los próximos días ¿todo bien?, esa variante impersonal del ¿cómo estás?, yo me veré obligado a responder, con más desconcierto que cinismo: ¿y a ti qué te importa?, y después volveré a sentirme incómodo, muy incómodo, como siempre.

sábado, 12 de abril de 2008

Una breve historia


Ernest Hemingway

Una tarde calurosa en Padua, lo llevaron hasta la azotea y él pudo observar el pueblo desde el punto más alto. Había vencejos de chimenea en el cielo. Después de un rato oscureció y las luces se encendieron. Los demás bajaron llevándose las botellas con ellos. Él y Luz pudieron escucharlos abajo, en el balcón. Luz se sentó en la cama. Estaba fresca y tranquila en aquella noche calurosa.

Luz permaneció en el turno de la noche por tres meses. Ellos estuvieron encantados de dejarla. Cuando le practicaron la cirugía, ella lo preparó para la mesa de operaciones; bromearon sobre “un amigo o un enema”. Él sucumbió a la anestesia cuidándose mucho para no balbucear nada durante ese tonto lapso antes de dormir. Después, al poder utilizar las muletas, él mismo se tomaba la temperatura para que Luz no tuviera que levantarse de la cama. Había sólo algunos pacientes y supieron lo que sucedía. Todos querían a Luz, mientras él caminaba por los pasillos pensando en ella recostada en su cama.

Antes de regresar al frente, fueron a la catedral de Milán y rezaron. Estaba tranquilo y silencioso, había más gente rezando. Querían casarse, pero no había suficiente tiempo para las amonestaciones, además ninguno de ellos tenía certificados. Aún así, sentían como si se hubieran casado, querían que todos lo supieran, hacerlo inolvidable.

Luz le escribió muchas cartas que no recibió sino hasta después del armisticio. Quince llegaron en paquete al lugar, él pudo ordenarlas por fecha y leerlas de una vez. Hablaban de los tiempos en el hospital, de cuánto lo amaba, cómo era imposible estar sin él y qué tan terrible era extrañarlo por la noche.

Después del armisticio, acordaron que él iría a casa a conseguir un trabajo para poder casarse. Luz no vendría con él hasta que tuviera un buen empleo para poder ir a Nueva York con ella. Estaba entendido que él no bebería y que no quería ver a sus amigos ni a nadie en los Estados Unidos. Sólo conseguir un trabajo y casarse. En el tren de Padua–Milán discutieron sobre el deseo de ella de no ir con él de una vez. Cuando tuvieron que decir adiós en la estación de Milán, se dieron un beso de despedida, no había terminado la discusión. Él se sintió molesto por marcharse así.

Él regresó a América en un barco desde Génova. Luz regresó a Pordenone para abrir un hospital. Era un lugar solitario y lluvioso, había un batallón de arditi acuartelado en el pueblo. Viviría en el lodoso y húmedo pueblo para el invierno. El mayor del batallón le hizo el amor. Luz no había conocido a los italianos antes. Finalmente, escribió una carta a los Estados Unidos, lo suyo sólo había sido un romance de juventud. Ella lo lamentaba, sabía que él probablemente no podría entenderlo, aunque tal vez podría perdonarla algún día, agradecerle incluso. Ella pensaba, completa e inesperadamente, casarse para la primavera. Lo amaba como siempre, aún así, se dio cuenta que había sido sólo algo entre jóvenes. Esperaba que tuviera una gran carrera, creía en él. Sabía que era lo mejor.

El mayor no se casó con ella en primavera, ni en otra estación. Luz nunca recibió una respuesta de la carta de Chicago. Tiempo después, él contrajo gonorrea con una chica de ventas de una tienda departamental mientras viajaba en taxi por Lincoln Park.

...
Traducción: Lisandro Madrigal Mauríes

Poema de Marilyn Hacker


Cinco comidas



Un mesa significa no es cierto mi amor significa toda una estabilidad
Gertrude Stein: Tender Buttons

Fetas de jamón, paté, salchicha, sobre hojas de lechuga;
coliflor, trozo de pato en salsa de vino
amarronada; lechuga, repollo crudo, vinagre y aceite;
un cuadrado de torta de nuez con escarcha de moca;
Camembert en una hoja verde, pancito duro, manteca;
media botella de champagne, café negro.

Medialunas, manteca, jugo de naranja, café.
Beaujolais versus St. Emilion. Hojas ganchudas
con queso de oveja rallado; caracoles en manteca de ajo;
lechoncito rostizado crujiendo en jugo; vino tinto
en una jarra de vidrio; mousse de chocolate. Aliento que empaña
el vaso en tu mano. Brandy en la cama. El aceite

costó caro, en botellones. Sin aceite
comimos endivias, queso de cabra. No hay café-para-llevar
en París. La crème fraîche, en picos como escarcha;
hojas verdes como plumas, ahuecadas, te sirvieron de cuchara
con las piernas cruzadas en la cama. Descorchamos un vino
con mi navaja Suiza. Entre crema ácida y manteca:

chupo dedos de crema. El cubo de manteca dorado a la hoja
que diseñaste, entre etiquetas de mermelada, en óleo
pastel. Las lenguas se suavizan en el vino tinto, joven y áspero.
El borde marrón del dibujo es un arroyo de café.
Guardás una mandarina con dos largas hojas curvas
que la engloban. Chocolate oscuro, como escarcha que rebalsa
fuera del bol. A la mañana, el rocío empaña
los cristales planos. Medialunas, tostadas y manteca.
Todavía tenemos sueño, pero no dejamos
ni una miga. Aprieto tu cachete aduraznado; aceite caliente
mana de la fuente mientras el primer café con leche
se vierte copioso. No tenés crayones para los colores

del vino. Podríamos beber sólo vino blanco
pero es demasiado frío. Los charcos de lluvia se escarchan,
congelados. Planeamos excursiones con más café.
Doblás las etiquetas de la jalea de grosella y de la
manteca. En Florencia habrá aceite de oliva
barato, en latas barrocas. Nuestro tren parte

a las siete. Dejo nuestro vino de Año Nuevo
escarcharse en la cocina. Arcoiris de aceite
se arremolinan en aromas cálidos: pan fresco con manteca, café fuerte.




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Marilyn Hacker nació en 1942 y se crió en el Bronx, Entre sus libros podemos citar Presentation Piece (ganador del National Book Award en 1975), Separations y Taking Notice (los tres recogidos en el volumen First Cities de 2002), Love, death and the changing of the seasons (novela en verso), Squares and Courtyards (2000) y Desesperanto (2002). Sus Selected Poems 1965-1990 obtuvieron el Poet's Prize en 1996. Vive entre París y Nueva York, donde dicta clases en el City College.

El exilio y la apariencia, de Jean Baudrillard


Servando Becerra

El exilio y la apariencia es un libro que permite al lector penetrar en un formato distinto del que Jean Baudrillard (filósofo, sociólogo, también dicen que poeta) acostumbraba emplear. Por medio de un conjunto de “superficies significativas” (Vilem Flusser) Baudrillard desarrolla un lenguaje, ese sí muy a su estilo, que desdobla al objeto estético por medio de una desacralización y vanalización, ya que según para este pensador francés, no hay nada más lamentable que la estetización fotográfica. Desde esa premisa Baudrillard cuestiona, a través de sus imágenes, a la fotografía como un Bello Arte. En El exilio y la apariencia las fotografías no son construidas sobre arquetipos armónicos conforme un estética determinada que replantean los elementos semióticos del objeto fotografiado, no, más bien son “textos” (quiero creer que a Baudrillard le hubiera gustado el símil) en calidad de meras imágenes, de meras instancias significadas que sencillamente está “ahí” (no Heidegger), no hay más, ya que siguiendo las palabras de Baudrillard la fotografía no nació junto con el estrépito del arte, sino que vino de una esfera distinta. Si bien, tiene que ver con la aparición engañosa del arte, también es cierto que la fotografía puede alejarse de las circunstancias expresivas del mismo. Es así como El exilio y la apariencia a mi parecer, es un reflejo habitual, una luz cualquiera que no por tener esa cualidad es menos intensa.

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Nota pedante: Para profundizar en las ideas estéticas de Jean Baudrillard consultar: El complot del arte (Anagrama) y El paroxista
indiferente (Anagrama).

sábado, 5 de abril de 2008

***


Mario Alberto Bautista


Una voz llega a Valdivieso en la obscuridad. Imaginar.
A Valdivieso boca arriba, en la obscuridad. Escucha: «Estás boca arriba, en la obscuridad, y eres gorda, inconmensurablemente gorda.» Entonces verifica: obscuridad, inconmensurablemente. Si pudiera suplantar a la voz que llega hasta ella, boca arriba y en la obscuridad, suprimiría dos o tres palabras.
Obscuridad.
Inconmensurablemente.
Gorda.
Entonces la voz llegaría a Valdivieso: «Estás boca arriba, en la oscuridad, flaquita.»
Déjalo rápido.
Soñar despierta. Una voz que llega, en la oscuridad: «Viste la luz por primera vez en la habitación en que con mayor probabilidad fuiste concebida, flaquita, y en la que naciste. Esa noche, en la oscuridad, del otro lado de la puerta, en el pasillo, sobre el tapete, escuchas los pasos que vienen y van: la sombra de tu padre. Puedes imaginar sus pensamientos mientras va y viene sin saber qué pensar.»
«Flaquita: estás boca arriba, en la oscuridad.»
Ya déjalo.

...
«Une musique pour Valdivieso», novela fragmentaria a varias manos por entregas.

Unos suben y otros bajan (sobre una fotografía de Lola Álvarez Bravo)




Abel Isaías Sántiz Hernández*

Ya estoy cansada de esta vida, vieja y aburrida, por el tipo de vida que tengo, pasando frío, viendo cosas raras y terribles.

Estoy harta de que por mi cuerpo pasen hombres y mujeres, ya sean ricos o pobres, personas alegres o tristes, sacerdotes o criminales, violadores o borrachos.

Estoy harta de todo esto, viendo, escuchando y sintiendo. Cómplice, sí, soy cómplice de ellos, viéndoles y dejándoles sin decir nada. No sé por cuánto más tendré que pasar esto.

Pero por momentos, me alegro al ver a las personas teniendo ideas positivas. Como aquel enamorado que sube con su querida princesa o aquel que no se da por vencido y sube, sube..., mientras le observo lograr sus sueños; y qué decir de aquel adolescente que se sienta a escribir sus historias, tomando en cuenta cada escalón y comparándolo con la vida. Sin embargo, me da tristeza que muchos se cansan y aceptan la derrota y regresan.

...
*Abel Isaías Sántiz Hernández estudia en la Escuela Secundaria Técnica Industrial No 36 de Altamirano, Chiapas. Es integrante del Taller de Narrativa perteneciente a esa misma institución educativa.

La armonía del silencio (sobre una fotografía de Gerardo Nigenda)



María Oralia López Méndez*

...me canso, me canso de que siempre me utilicen como un juguete, que nunca me cuiden como yo quiero y que no me den mi lugar; porque siempre trabajo y no descanso. Yo voy de un lugar a otro trabajando de día y, también, en ocasiones, de noche cuando hay algo urgente. A veces, hay tiempo libre y descanso un rato y me pongo a dormir. Pero esto es muy poco. Siempre trabajo, voy lejos. Por eso, ahora, me preocupo por mi salud y mi bienestar, para que cuando me den trabajo me sienta feliz, contento y con muchas ganas de seguir haciendo lo que he hecho desde que era pequeño, y ahora más que ya estoy grandecito.

...
*María Oralia López Méndez estudia en la Escuela Secundaria Técnica Industrial No 36 de Altamirano, Chiapas. Es integrante del Taller de Narrativa perteneciente a esa misma institución educativa.

Dasein del ocio



El GOL

Servando Becerra

Qué significa anotar un gol. ¿Es el simple acto mecánico de meter un balón en la portería enemiga y ya? O..., tiene algo, un no sé qué que tiene de maravilloso (¡oh!, san Juan de la Cruz estuviste tan cerca de saberlo). Sin embargo, a mí no me gusta tanto el futbol y, paradojas más, paradojas menos, por tonto que resulte, aún recuerdo el instante glorioso en que metí mi único y primer gol. Vaya si lo disfrute. Es, un recuerdo, un “tesoro” como lo son para Eliseo Diego: “Un laúd, un bastón,/ unas monedas,/ un ánfora, un abrigo,/ una espada,/ un baúl,/ unas hebillas,/ un caracol, un lienzo,/ una pelota.” Pero quién mejor que los verdaderos futboleros o futboleras para decir qué demonios significa meter un gol. Hay ocasiones en que la casualidad nos acerca a focos de verdadera brillantez. No diré más, sólo me limitaré a transcribir lo que leí en los textos que unos alumnos de secundaria (Técnica No 36, de Altamirano, Chiapas) de un viejo amigo mío escribieron sobre lo significó para ellos meter un GOL.

.....................................

Una vez jugué un partido de futbol, en ese momento era delantero, a uno de mis compañeros le hicieron falta, en ese momento yo fui a cobrar un tiro libre directo de 33 metros fuera de la portería, hay cuatro jóvenes de la barrera; cuando lo tiré, el balón se chocó en el poste del travesaño. ¡Qué golazo tuve ese momento! Y cada semana sueño con el gol de mi vida.

José Carmelino Sántiz Álvarez


Cuando yo metí un gol. Desde que yo empecé a jugar futbol me sentí contento porque metí mi gol y yo estoy jugando como medio; fue un tiro de esquina, me bajé y metí un golazo. También he jugado, a veces, como adelentero y en esos juegos he metido tres goles. Fui más contento. Hasta ahorita esoy triunfando más para meter muchos goles en mi vida.

Pepe Hernández Guillén

Cuando jugamos con mis compañeros yo juego como adelantero; pero yo metí un gooool de cabeza chingón. Yo me alegré con el gooool que metí y mis compañeros se alegraron porque estábamos perdiendo. Con el gooool que metí quedamos empate; yo metí otro gooool de penal, el último, y por fin ganamos.

Enrique García López

Para mí el futbol es algo importante. Cuando juego siempre me alegro aunque esté enojado o triste. Pero cuando juego futbol siempre se acaba todo. Una vez jugamos futbol en el campo de la secundaria. Mis amigos me metieron a jugar de delantero y yo no soy bueno para los goles, pero mis compañeros me cobinaron y metí un gol de aire.

Gerardo Gómez Velazco

Cuando yo anoté el primer gol fue en una reta con mis compañeros. Cuando Daniel me dio el pase y yo iba solo con el balón, disparé en el travesaño y el portero no pudo hecer nada. Con ese gol ganamos. El mejor gol.

Aurelio Hernández Pérez

Las hay también goleadoras:

Al meter un gol por primera vez me sentí contenta y la segunda vez que jugué, jugué tanto porque quería meter un gol y nunca pude meter otro gol.

Consuelo Pérez Bautista

He metido goles. Quisiera meter otros pero que se miren bien. La posición que me gusta jugar más es media, porque siento que puedo más. Jugamos en un equipo llamado "Deportivo Salud" y fuimos campeonas. Nos sentimos contentas. Y mi jugador favorito es Paco Palencia de los Pumas.

Gaby Hernández Sántiz (100% pumista)

La primera vez que metí un gol me sentí muy orgullosa. Aunque no muy me gusta jugar futbol. Pero esa vez pensé que voy a seguir jugando, porque me emocionó mucho del gol, aún no puedo olvidarlo. Cada vez que juego presiento que algún día podría meter otro gol. Me siento muy feliz porque tengo un deporte divertido.

Victoria Pérez Entzín

Bueno, también hay porteras goleadoras, aunque., ante todo, porteras:

Yo no digo nada porque soy portera. Soy la mejor portera de 2°F. Ya he metido un gol, de fintita, porque la Isabel quedó de portera. Pero en el segundo tiempo fallé un penal, uno nada más. No digo nada porque soy portera. La mejor portera. Por eso quedamos campeonas en "Deportivo Salud". El mejor portero es el de los pumas: Sergio Bernal.


Lucía Guadalupe Hernández López

Y haciendo referencia a los goles más bellos:

El gol más emocionante fue cuando una jugadora de mi equipo tiró en la esquina del campo y el balón venía al aire; le pegué muy fuerte y metí el gol más bonito que había visto en mi vida y en el transcurso de los partidos.

María Isabel Henández Sánchez

El gol más hermoso, para mí, de todos los demás juegos que he jugado o los goles que yo he metido, es cuando un jugador, compañero mío, me dio el pase, entonces, los otros jugadores que estaban en el otro equipo me quisieron quitar el balón, pero intenté pasarlos y no pude; entonces, me paré y le pegué al balón y el portero que estaba hasta afuera de la portería ya no pudo alcanzar el balón. Y así anoté el gol más hermoso, con una bombeadita hacia arriba del aire.

Manuel Jiménez Méndez

Los que no se deciden; ah, la variedad del goleador:

El gol que más me gustó de todos y, también anoté, es cuando jugué en retas con mis compañeros, aunque, tembién, he fallado algunos, pero para mí será un gol excelente, cuando hice una finta la vez pasada y metí un gol.
Además, no sólo eso, sino, también, cuando fallé uno de cerca de la portería, yo solo con el portero; estaba yo cerca, pero fallé, sin embargo hubo una vez que metí un gol de elevada.


Daniel Sántiz López

El gol más hermoso que he podido meter fue cuando me dio pase uno de mis compañeros casi afuera del área, como el portero había salido un poco de su portería, ya cuando lo tiré el balón lo metí de “campanita”. Y se sintieron muy alegres mis compañeros porque el otro equipo ya nos iba ganando y por fin pudimos empatar.

Manuel Ruiz Hernández


Nadie olvida su primer gol. Si lo sabré yo:

Mi primer gol fue cuando tenía diez años. En un torneo yo estaba de delantero, cuando un amigo me dio un pase para gol y yo le di un pase a otro delantero de mi equipo, y él tiró un centro, cuando de pronto, yo brinqué muy alto y le di un cabezaso y el balón rebotó en el travesaño, y el balón llegó de nueva cuenta a mis pies y le pegué lo más duro. Cuando sin darme cuenta había anotado mi primer gol.

José Iglander Sántiz López

Qué significa anotar un gol.

Poemas de José Enrique García*



Repetición


El día termina envejeciendo
y enterrándose, sin dejar nada
como todos.
Y nosotros, habitantes de ese mismo día
lo recibimos en el mismo sitio,
con el mismo traje
y el saludo hecho de antemano.
Tiendo a lo lejos la mirada
busco,
más bien rebusco en derredor,
medito excusas para obviar el día,
trato de volcar la luz sobre la espera,
nada.
El día está como el primero.
Veinte y cuatro horas que levanto
mi brazo y mi palabra
y sólo este poema que termino
recuerdo y reconozco.


El otro


No lejos de mí, en mi persona,
sin escándalo, está naciendo un hombre.
Aquí mismo, en mis testarudos huesos
echa raíces este hombre,
y con la sangre de mi propio barro
se levanta.

Después, lejos de mí,
tomo el cuerpo que alimenté temprano;
se pone mi camisa,
sin permiso toma mis pantalones
y sin permiso también
abre aquella ventana para verse vestido.
Acaba por ponerse mis compañeros zapatos
y echar a andar conmigo y mis vestidos.
Ya muy lejos de mí, oigo cuando se aleja

alegre, muy alegre de saberse nacido...
Espero que se quede con todos mis cansancios.


Uno


Pasa un hombre,
me lleva dos pasos de camino.
Uno viene detrás perdiendo igual distancia.
No sé a cual hablarle,
distantes están de mí
que ya veo inútiles mis voces.
Me detengo,
dejo que me dé alcance el rezagado,
espero que me lleve despacio.

Es tan difícil forzar la compañía
en esta ciudad de tantos espacios ocupados;
que decido volver hecho pedazos
al centro de mi origen.

...
*José Enrique García. Nació en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, el 26 de noviembre de 1948. Poeta, narrador y ensayista.

Farabeauf

En 2005 se cumplieron 40 años de la publicación de Farabeuf, primera novela de Salvador Elizondo (Ciudad de México, 1932-2006), inquietante libro que, al decir de Carlos Fuentes, “no expresa dolor, lo imagina”, porque “el dolor, en principio, no admite palabras, las suprime, es puro grito”. Imaginación del dolor en torno a la sospecha de que en la tortura, en la imagen o fotografía de un cuerpo descuartizado aguarda el reflejo del placer; premonición de que el propio cuerpo, su desnudez, su propia indefensión, no ya la de ese “otro”, puede ser el ámbito en que se reúnan dolor, odio y amor. Puede ser. Habría que recordar la previsión del propio Elizondo: “Buscas en vano. Tu cuerpo será tal vez una pregunta sin respuesta”.
-
MAB

sábado, 29 de marzo de 2008

A falta de colaboradores


Un santo de carne y hueso

Rudy Maza

“¡Lucharán de dos a tres caídas sin límite de tiempo! ¡En esta esquina…!” Sentados en el suelo escuchábamos por la radio, muy atentos, las extraordinarias peleas de lucha libre entre los mejores héroes del ring. Existían peleadores altos y fornidos, flacos y gordos, rudos y técnicos: Black Shadow, Blue Demon, El Tarzan López, El Huracán Ramírez y otros más, pero nadie era tan espectacular. Su nombre lo decía todo: “Santo, el Enmascarado de Plata”: el único que no sólo se enfrentaba con luchadores en el cuadrilátero, pues también lo hacía con malhechores y asesinos en aquellas películas en blanco y negro; también combatía contra seres de ultratumba, contra vampiros y monstruos.

Así recordaba a ese personaje, héroe de mil historias, que no era un súper héroe ficticio como Superman o Batman, sino un tipo que veíamos por la televisión o de quien nos contaban sus múltiples peleas en la Arena Coliseo en la ciudad de México, y al que se veía conducir a altas velocidades un Jaguar convertible. Santo no sólo era eso, sino también el protagonista de la revista Santo, el Enmascarado de Plata, que editaba José G. Cruz, una revista en color sepia y donde siempre el Santo resultaba triunfador contra el demonio, apareciendo en el último recuadro de la revista con una luz proviniendo del cielo depositándose en su cabeza, como si se tratara de un iluminado.

Una mañana aparecieron en las calles de la ciudad pasquines con la noticia de una caravana de luchadores que llegarían al Cine Coliseo, que era el lugar donde se efectuaban las peleas de lucha libre y box.

Todo era expectación el día que llegó. Las grandes colas en la taquilla confirmaban que sería un éxito rotundo. Mi tío se había adelantado a comprar los boletos desde muy temprana hora y cuando los tuvo en las manos nos apresuramos a entrar a la sala del cine. Era un cine de forma ovoidal, extraño pues, para ver una película, los espectadores de los costados tenían que volver la cabeza de lado constantemente, cosa que resultaba fastidiosa. Posiblemente el edificio no fue hecho para sala de cine, mas bien era propicio para cancha de basquetbol. Nos sentamos en una zona donde los luchadores entraban y salían, de tal manera que estaríamos presenciando de cerca a nuestros ídolos del ring.

En la primera reyerta, se trenzaron materialmente en una lucha de tres contra tres el Espanto I, II Y III, contra las Momias de Guanajuato. Volaron sillas, cojines, sangre y mentadas contra los tres rudos que fueron los ganadores de la contienda dejando al público excitado, deseoso de ver la siguiente lucha en la que reaparecía uno de los más rudos de la lucha libre: El Médico Asesino, contra un enorme peleador de piel negra de nombre Dorrel Dixon. La pelea empezó y el público exaltado le pedía al Médico Asesino que le aplicara las “carótidas”, movimiento que consistía en presionar los trapecios y de esta manera adormilar al contrincante para poder vencerlo fácilmente; la noche pasó rápida entre gritos y aplausos, todo era emoción hasta llegar al momento esperado.

Se hizo un espacio de silencio para esperar a la estrella, la gente empezó de nuevo a impacientarse mientras más tardaban en aparecer los siguientes contendientes, el público empezó a exigir que se continuara o se devolvieran las entradas. Nuevamente subió el anunciador y con una desaliñada pero potente voz exclamó, haciendo alarde de ésta: “¡Lucharán de dos a tres caídas sin limite de tiempo! ¡En esta esquina, de 78 kilos, 300 gramos, el luchador más rudo de todo el continente americano: Cuasimodo!” El público gritó y rechifló en contra de este luchador que ostentaba una gran musculatura y cabeza calva que hacían que se viera terrible y malévolo; una pequeña joroba le resaltaba en la parte posterior de la cabeza. Subió con rostro de pocos amigos, retando al público con señas groseras. La multitud le respondió con improperios que a muchos le resultaban graciosos. El anunciante gritó de nuevo: “¡Y en la esquina contraria, de 70 kilos, 500 gramos, el ídolo de México: Saaaanto, el Enmascarado de Plata!” El público aplaudió fuertemente gritando alabanzas y hurras a favor del plateado luchador que subía con gran vigor al cuadrilátero luciendo una preciosa capa plateada con el interior escarlata. Todos los niños que estábamos ahí nos quedamos perplejos viendo, como si fuera un sueño, al extraordinario ídolo.

No dábamos crédito: teníamos ante nuestros ojos a el Santo, al héroe de películas, cuentos y revistas, a aquel personaje que había enfrentado momias y vampiros, que peleaba con veinte malhechores y siempre salía ileso. El Santo levantó los brazos para saludar cuando de pronto una silla de madera se le incrustó en la espalda provocando que se fuera de bruces. Cuasimodo había comenzado la pelea. El público encolerizado protestó enérgicamente al réferi alegando una falta indiscutible, el tercero en el cuadrilátero ayudaba a el Santo a ponerse de pie, de pronto este se levantó rápidamente y quitándose la capa se enfrentó a Cuasimodo y, tomándolo de un brazo, lo jaló para estrellarlo en las cuerdas para al rebotar esperarlo con fuerte golpe en el pecho. Cuasimodo se fue de espalda hasta la lona, rápidamente Santo se subió a las cuerdas y con increíble destreza se lanzó cayendo encima del fornido luchador rudo, aplicándole una de sus mejores llaves: la “alejandrina”. El réferi rápidamente se tiró al suelo y después de tres palmadas en la lona le levantó la mano a Santo que así ganaba la primera caída.

En la segunda caída los luchadores combatieron fuertemente pero en un descuido de Santo, el luchador rudo sacó de sus ropas la mitad de un limón y, sin que el plateado pudiera evitarlo, se lo frotó en los ojos dejándolo ciego momentáneamente para así golpearlo a diestra y siniestra. La gente volvió a protestar al réferi más enérgicamente y de pie: “¡Referí vendido, te dio dinero ese pinché pelón!” Cuasimodo levantando los brazos arremetió con toda su humanidad contra el Enmascarado de Plata, propinando un fuerte golpe en la espalda, que hizo que se diera de frente en la lona y quedara inmóvil a mitad del cuadrilátero. El réferi presuroso volvió a tirarse a la lona y golpeando tres veces el piso se paró para levantarle la mano al descabellado luchador.

La tercera caída daba comienzo. Santo con rapidez aplicó un fuerte candado a Cuasimodo para incrustarlo en uno de los postes de la esquina. El enmascarado subió a la tercera cuerda y, volando prácticamente, le dio un fuerte tope en el pecho a Cuasimodo. El público se puso de pie para aplaudir el fabuloso lanzamiento. El plateado agradecía con las manos arriba, cuando nos dimos cuenta que Cuasimodo se incorporaba y con la cara encolerizada, avanzaba hacia el Santo. “¡Cuidado Santo!”, gritamos varios, pero era demasiado tarde: Cuasimodo había tomado de los pies al enmascarado y lo hizo caer. Cuasimodo aprovechó para darle una infinidad de patadas y luego tomó con las manos la cabeza de Santo y la golpeó contra el suelo. “¡Lo está matando pinche Glostora!”, gritó fuertemente uno del público al réferi que no intervenía en esa masacre.

Pensé que Santo no podría levantarse más después de aquella golpiza, que sería su fin, pero eso no podía ser: Santo era invencible. Nunca imaginé en ese tiempo que todo era mentira, que los luchadores actuaban como si fuera una obra de teatro bien montada. Un espectador le lanzó a Cuasimodo una botella de cerveza dándole en la calva y provocándole una herida que de inmediato sangró. El réferi al darse cuenta de inmediato corrió por una toalla y se la puso en la parte posterior de la cabeza para detener la hemorragia. Santo se había incorporado. Cuasimodo al darse cuenta tiró la toalla y se abalanzó contra él, y la pelea continuó varios minutos más, pero Santo le aplicó una llave que no podría quitarse jamás, venciéndolo en la tercera caída y ganando la pelea.

El público subió al cuadrilátero para pasear al triunfador en hombros por toda la arena y llevarlo después a la calle. Corrieron con el Santo en hombros, pero cuando se encontraban cerca de donde yo estaba no se dieron cuenta del tubo protector que rodeaba el ring y al detenerse bruscamente, el Enmascarado de Plata salió volando por los aires y, ni con toda su experiencia, pudo evitar caer de rodillas en el suelo para no darse un golpe ni que el protector de sus rodilleras se rompiera y comenzara a sangrar. “¡Suéltenme hijos de la chingada, ya me dieron en la madre pinches chiapanecos!”, gritó el luchador. Me quedé sorprendido al ver al legendario Enmascarado de Plata sangrando de las rodillas y con voz aguardentosa mentarle la madre a sus seguidores que lo veían asombrados. Todas las buenas imágenes de mi ídolo se borraban, me daba cuenta, o tal vez me empezaba a dar cuenta, que el enmascarado no era más que un Santo de carne y hueso.

Bitácora del andasolo


Balam Rodrigo

[esbozo de un poema apócrifo escrito en papel de estraza entre frontera # 158 , colonia roma , y una fonda de caldos en la colonia doctores , año de Dios del dos mil dos o dos mil tres]*

Para los habitantes de la “López Mérida”: Don Leonel (mi tío),
Leonel Arturo (el “Chino”), Don Manfredo y Leoncio


[...] estoy el cuerpo en frontera # 158 , col. roma ,
sastrería “ lópez mérida ” , atrincherados la nostalgia
y el terco corazón entre las viejas y las nuevas telas ,
sitiado por pedazos de sombra zurcidos a los ojos
con hilos de nostalgia y agujas de silencio ;
la greda pinta su raya en el casimir de la memoria
y la cinta métrica mide los latidos junto a la escuadra
que tiene esquinas pero no manzanas ;
los afilados dedos de mi tío , don leonel , trabajan
y zurcen los lienzos del relámpago y su trueno
que tarda siglos en aquietarse en los oídos ;
“ está lloviendo ” , le digo , y , “ huele a tierra mojada ”
— adelanto mi empolvada lengua sobre la mesa — ;
respira hondo don leonel , que pétreo y arcano
me responde : “ aquí la ciudad no huele a tierra ,
aquí la lluvia y la vida son la gran diabla y apestan
las muy mierdas ” ; más allá del banco atermitado
en el que monto y trato de domar los númenes
que la tarde exprime desde el sucio trapo de las nubes ,
cifro con lápiz las medidas de la palabra que se yergue
al fondo de las máquinas para hacer con ella un traje vivo
a la medida de la voz , hoja que es toda andrajos ya ;
y así , cosida a los orines que arrastran las aguas
por grietas y banquetas , rompo mi lengua en esquirlas
y remiendo mis labios para que no se escape más ;
y aquí , y sólo aquí , en estas cuatro paredes del taller
que hacen al mundo — poliédrico y anguloso
como la calle , entraña abierta que deja su inmundicia
a la intemperie — escribo para solaz de ángeles
y pájaros ahogados ; no bien tose don manfredo
— el sastre maestro — y levanta los ojos ya gastados
por el ir y venir desde la tela de los pensamientos
que giran sobre su casa en tacubaya , hasta volver
a las fauces de la roma , y dice , revirando la voz
por un momento : “ aquí zurcimos hoyos , cosemos luz
y trabajamos hasta que el sol — botón de argento vivo —
se mete en los ojales de la muerte y el insomnio ” ;
alfil parapetado atrás del muro de la “ singer ” ,
y en tanto apura valencianas e invisibles puntadas ,
( h ) ojea y espeta leoncio : “ la revista claroscuro
publica buenas fotos en negro y blanco ” ( sé yo
cuando le miro que ha cortado con la risa
un par de íconos que guarda entre las telas ) ;
aquí jamás ha estado el sur tan más cercano y más
dentro de los ojos : en la pared palpita un almanaque
chapín que nota al pie nos dice : impreso en la ciudad
de tecún umán , guatemala , c. a. ; sobre la mesa
un cadáver inglés muy casimir revela senda postal
del lago atitlán y sus cántaros azules ; ( el rumor
de la frontera y su garganta extranjera nos susurran
al oído la más saudosa voz : sololá ) ; aletea de bruces
la lengua de mi tío : “ oí vos pelón , el santo de esquipulas
lo cura todo , deberías de ir ” ; y yo escribo en el aire :
locura todo , mientras recuerdo los rezos y murmullos :
“ caldo de zopilote para los locos , lagañas de perro
para ver los espíritus del otro mundo , pezuñas
de tepezcuintle pa’l mal de parto y pa’ las muinas ”
;
luego la sastre voz de quien ha sido peregrino
en esquipulas : “ allá tenés que hilvanar mucho camino ” ,
y , “ es muy buenísimo el tan santo , aunque muy agrio
es el tal peregrinar ” ; enhebro las venas y la sangre
a través del ojo de la aguja por el que pasa esta ciudad
y sus historias , y atiza otras lenguas don leonel :
javier solís era vecino nuestro , vivía a la vuelta
de la casa en tacubaya y no lo soltábamos
hasta que nos cantaba ésa canción ( y silba y tararea :
payaso , soy un triste ... ” ) con él fuimos bolos
varias veces , y ya ensalmados con su voz , caíamos
al abismo de los tragos y dormíamos en las banquetas
al igual que pájaros entre las ramas que columpia
el viento ” ; guardo esa voz y el índigo alfabeto
de mi tío : y sé que aquí todos somos dos o tres
o cuatro o más tristes payasos cantando en un anfiteatro
en el que hablamos cadáveres de una patria ya muerta
y lejana ; languidece el día y yo anhelo mi “ cama ” :
resortes de cartón que esperan la enésima caída
de mis huesos en la esquina del taller y buscan envolver
mi cuerpo entre sábanas de sueño y celulosa ;
“ en este colchón han pernoctado varios famosos
a quienes el suelo no incomoda ” ; se despiden leoncio
y don manfredo mientras el manto de la noche
se desteje : me alcanza don leonel con tres pedazos
de aire engastados : “ bajá la cortina ” , y , luego
de un hachazo de respiros , “ en tapachula jugaba
el gran « poeta de la zurda » ¡ qué chapín tan más
jugadorazo , que madrazos de gol sacaba de la pierna
chueca ! ” ; trato de remendar los odres del tiempo
al hilvanar los despojos de aquellos días ;
continuamos la plática con un dedal y un ramo
de alfileres bajo la lengua que sonámbula repite
los mismos coros de la “ singer ” ( callan las sombras
y redobla un eco sin remedio : “ tac-trac, tac-trac,
tac-trac, tac-trac-trac-trac ” ; — nos visita ya
y nos besa la epilepsia núbil de la noche — ;
apenas cierro los ojos , amanece : “ abrí la cortina ”
y , “ si no abrió « el yucateco » , nos vamos a los caldos
de huacal ” ; derramo la última gota de sueño
de mis párpados en tanto escuchamos el fonógrafo
y bebemos las primeras letras del fútbol : el “ esto ”,
y el aquello ; látigos de polvo apuran el tiempo
y otra vez posa la tarde su terrible garra sobre nosotros :
son ya las cuatro , y es hora de comer ; “ bajá
la cortina y poné el candado ” ; la tarde numerosa
lo ciega y lo zurce todo con su hierro ; salimos
a la calle , cruzamos av cuauhtémoc , y arrastramos
el hambre hasta llegar al restorán “ el yucateco ” ,
que no abrió ; jalamos de nuevo el estómago
y los perros retorcidos de la entraña hasta los caldos
de la esquina donde entramos ; ( llora una famélica
mujer a espaldas de la mesa , anémica y plañidera
a la que vi el enjuto y parco rostro jamás ) ; entre huacales
y tortillas — caídos soles en el tiznado cielo del comal —
afilo este pedazo de niebla escrito a jirones en papel
de estraza , abismo estas páginas desleídas
y perfumadas con el olor de la cebolla y el cilantro
al igual que mis manos que guardo en los bolsillos ,
vacías al igual que mi estómago que ambula
como un perro hambriento en la doctores del domingo ,
tan oblicua y ajetreada y tan dura e indómita
como el mesero y los comensales , hasta que vuelve
otra vez mi espíritu a la mesa una vez servido mi caldo ,
y entonces me pregunta don leonel : “ ¿que tanto escribes? ” ;
y yo en el fondo quiero decirle que intento ser
aquél poeta , el gran « poeta de la zurda » ,
ese que jugaba fútbol en los llaneros de malacatán
en guatemala y los del “ córdova ” en tapachula ;
pero bien sé yo que izquierdos no tengo ni el corazón
ni la pierna , aunque muerdo en el aire un ala
y hundo la cuchara de los ojos en esta humeante
página sin plato en la que cifro para mis más dentros :
“ quien remoja la lengua y el corazón entre las llamas
del silencio y no se agüita , ni se queja , y quien procura
sólo vivir para las letras sorteando el hambre y los
inciertos rigores y tormentos del poema — de la vida — ,
ése , el poeta : el que juega con la palabra de la más
abzurda lengua ” ; ( y ya le paro aquí con mi sermón
zurdo lector que vas desde la izquierda letra a la derecha
mientras exprimo un gordo limón sobre mi caldo
y me zampo un monolítico taco de sal con aguacate ) [...]

---

*(De Icarías, Premio Nacional de Poesía San Román 2007)

Poemas de Consuelo Ruedas

Nos morimos, amor,
y nada hacemos sino morirnos más
hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

Jaime Sabines


Gracias por despertarme, no puedo ahogarte… Josuhé

I

Seamos cómplices de nuestros pecados,
con dos o tres mentiras
en la luna llena.

II

Es posible que apagues tus ojos,
y el sabor y el aroma del mar,
penetren tu cuerpo y adquieran tu forma.

III

Soy tu centro,
el espacio,
en este poema de origen divino.

IV

Basta mi jornada de a-mar-te,
hoy,
mañana,
el fin de semana próximo.

V

Soy la serpiente en derredor de
tu tronco de agua,
la mar,
la tierra.

VI

A través de la penumbra,
casi a ciegas,
a tientas,
me suicido en tus labios.

VII

Dioses y demonios sueltos.
Se azota un rayo
en el tronco de la hoja.
Surgen yescas azules.


VIII

(Metamorfosis en incendio)
Imagine-se Usted
nada más,
¡qué deseos de quemarme en su boca!

IX

¿Continúa la espera?
(Ateísmo-aroma-azul).
Ya ve Usted, arden mis poros,
asfixiándome en su piel.

Uno más que dice "mirá qué lindura de poemas"



Servando Becerra


(desde Puerto Rincón Dorado XXX)

Supongo que ante la crítica, y no hablo de una crítica de cinco centavos, sino de la que hace la gente decente (como bien diría Sainte-Beuve), dicho de otro modo, la que se formula entre los amigos, con los vecinos, nada mejor que la superchería letrada. Así que después de pensar en más de un libro y dejar de lado mis pretenciones académicas, decidí tomar un momento superficial en las nebulosas aguas del Pacífico. Como el bolsillo lo permite y los deseos son muchos, desde febrero me encuentro desterrado en una torre del olvido llamada Puerto Rincón Dorado (quien sepa de geografía tercermundista sabrá dónde se sitúa ese rincón del cielo). En el bar La Casilla del Ángel vivo las tardes calurosas pensando en literatura de altos vuelos y mujeres a ras de tierra. El sexo ha sido excelente. Mucho. En gran cantidad. No tan bellas paisanas han sido una delicia playera. Los libros pocos. Mejor. Acá el ritmo de la vida cobra una significación borroza. Un conjunto borroso. Sin embargo, debo al buen tino de mi dilecto amigo Sebastián Ladrón de Guevara, el trabajo de leer el número 125 de la revista Crítica (editada por la Universidad de Puebla). Como decía al principio, la charla literaria es lo más decente que entre dos grandes conocedores puede establecerse. Ladrón de Guevara que es, por decirlo de alguna manera, un socialité de las Bellas Letras, me ha dicho (y leído) que en la mencionada revista se publica un largo poema de Maurizio Medo intitulado “El hijo de Mountain (cómic imposible)”, que, ademas de ser una especie de malogrado Sísifo, contiene un grado cero de vanguardia pululante. Hijo del Cono Sur, Medo no oculta la cruz de su parroquia, su lectura análitica, por momentos nula, de las vanguardias históricas latinoamericanas es un infeliz escamoteo. Por ejemplo: “Ha muerto Mountain man/ Ban swift la realidad y/ con una nueva semántica: familia es diáspora, el lugar/ ausencia/ y utopía”, cómo decir, no sé, me pregunta Ladrón de Guevara que qué madres contienen esos versos, un remedo de Vallejo, de Zurita, de Milán (oh, Padre Redentor), eso, lo que manifiesta un reflejo cuasi audaz en Medo es un falso reformismo letrado. O, como dice Julián Herbert al comentar el trabajo antologador de Alí Calderón, hay ahí una “anomalía subsidiaria”. Un experimentalismo inicuo que supone un empleo del lenguaje en su cáriz más rugoso. Bien, no dije nada. Ni me interesa decirlo. En realidad el poema de Maurizio Medo no me gustó. Eso es todo. Lo demás, es pura fluslería. Sonido y furia. Mera verborrea playera. Por cierto, pronto vendrá Yazmín a calmar mis furias lectoras. No me cobra un centavo por su trabajo. Me doy por bien servido “con limas ocultas en los pasteles” como diría Maurizio Medo.

La Casilla del Ángel (marzo 2008)

sábado, 15 de marzo de 2008

Apuntes*


Luis Martín G. Franco

Habrá un lenguaje en el espacio que no lograrás interpretar. Pensarás en lo que dejarás atrás (dejaste). En lo que se irá como el olvido de algo que sentirás dentro de tu cabeza, pero que no sabrás qué cosa de mierda es. Recordarás tus pasos, meditarás, recorrerás tu cuarto en silencio, tendrás la garganta cerrada..., la respiración entrecortada..., incluso jadearás..., verás luces..., líneas..., asma..., migraña..., reconocerás esa cobardía psicosomática; pero nada cambiará. Luego te moverás en derredor de una silla; no, de dos, una gris de patas manchadas con pintura blanca..., la otra estará sin pintar y sucia. Pensarás en dormir, no tendrás otra opción, la cama será dura (de qué otra forma pordría ser), no hay más, no tendrás más, lo sabes.


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*De Une musique pour Valdivieso, novela

La inquilina que mató a la dueña de una casa


Paola de los Santos

La señora regordeta está loca. Con una madre anciana y 40 años de soltería no se puede esperar más. Pero ella, la estudiante de letras que más de una vez tiene que desvelarse con música de Serrat y una cajetilla de cigarros, no lo está. Ella lo sabe. Piensa. No grita que apaguen la luz o que la señora de abajo, dueña de la casa, le baje el volumen a la música de los Temerarios que suena allá abajo. Como si una adolescente de secundaria pidiera a gritos que regrese su enamorado.


La señora regordeta se llama Ale, Alejandra. Como la protagonista de un vals. Sus anteojos y su piel arrugada la hacen recorrer los años que ella, la estudiante de nombre Penélope no ha recorrido. No obstante siguen los gritos de apagar la luz, de no lavar demasiada ropa y trastes porque el agua se acaba, de no hacer ruido porque ella no concentra en los amores que no llegan. No sabe que Penélope no soporta los regaños. La vuelven neurótica las mujeres ancianas como esa que grita allá abajo. Por eso piensa poner en marcha el plan. Al final, seres humanos es lo que sobra en el mundo. La madrugada llega. Penélope le ha bajado a la música. El sonar de patrullas en las calles habitadas de chicleros durmiendo en las banquetas. Un perro muerto a media calle. Bolsas de basura en las esquinas. Las mismas que no cupieron en el carro recolector. Y una señorita, estudiante de letras que baja a la cocina. Abre la llave del lavabo. Un chorro de agua cae despacio. Disuelve una sustancia negruzca en un vaso de plástico y lo rocía por toda la fruta y carnes que hay en el refrigerador. No olvida agregarle un poco al jugo de naranja para la mañana. Son las cuatro de la madrugada. Recoge sus cosas: libros, dos mudadas, un plato y dos vasos de plástico y sale para tomar un autobús de regreso al Distrito Federal. Que al cabo lleva una semana sin decir de dónde viene ni que es estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras y que estaba ahí tratando de escribir un cuento sobre la muerte.

La Musa incómoda

Gerardo Deniz (seud. Juan Almela) Foto de Omar Mesinas

Avisos de ocación


La Musaraña



“DESAIRES”

Cariacontecida permaneció la afición al comprobar lo mal que quedó José Agustín (n. 1944), el Eterno Chamaco de Chamacos, el Joven Escritor por antonomasia, superando en juventud, divino tesoro, al mismisísimo Juan Villoro (n. 1956), por su “desaire” al cancelar su presentación en conocido lugar en honor a conocido poeta, programada para el pasado 27 de febrero.


No es la primera vez que José Agustín hace de las suyas. ¿Ya no recuerdan lo que pasó en agosto de 2005? Pues esta columnista sí: que se anunció por todo lo alto y lo bajo su asistencia a conocido y por demás anual Festival de Poesía, y allá vamos los estudiantes de letras, los reporteros y los columnistas de ocasión, con nuestros morrales y cabelleras grasientas y nuestra única lectura del susodicho: un ejemplar plagado de erratas de La tumba bajo el brazo, a ver si se nos hacía la buena de que el autor lo firmara. Pero lo que no pasó no pasó y, al paso de José Agustín, no pasará, ¡pues qué pasó!


Una fuente poco confiable aseguró aquella vez a esta columnista, entre otras lindezas, que se trataba de un “vil truco publicitario”. Lo pasamos al costo y atrasado: ¡Dios nos libre de esparcir calumnias a diestra y siniestra! Pero hay que dar a conocer la opinión de los respetables diletantes. Después de todo ya lo dijo Dadi Yanqui, se trata de “cosas que pasan en el Barrio Fino”, a lo que esta columnista agregaría: “¡Yeah, man!”



FESTIVAL DE PRE-PRIMAVERA

Los pasados tres y cuatro de marzo, en la Facultad de Humanidades de la UNACH, en un auditorio lleno en su mayoría de rabiosos estudiantes de letras, algunos incluso con anteojos de pasta, se llevó a cabo el Segundo Encuentro de Creadores Universitarios “Voces compartidas”.


Participó la culta muchachada en general y en particular nuestra Plana Mayor de Columnistas y Colaboradores. A saber: Alejandro “Tengo más columnas que tú y en casi todos los diarios de Chiapas, mugrosa Musaraña, y voy por más” Aldana Sellschopp, que leyó su fresquísimo relato “Diario de un lobo”; Mario Alberto “El Resentido Criticón de la Joven Literatura Chiapaneca” Bautista, que leyó… quién sabe qué leyó, ¡pero leyó!, y algunos aseguran que al final del encuentro lo vieron llorar amargamente en los baños de Humanidades diciendo: “No me comprenden, soy demasiado bueno como para que comprendan lo que quiero decir”, etcétera. Así también, participó Fabián “Yo soy el Niño Artillero y vengo por todo el poder, las columnas, las revistas, los encuentros, los trabajos, los consejos de cultura, las chamaconas nuevas de letras, los blogs y lo que se mueva” Rivera y Raúl “No me digas gongorino ni me incluyas en tu mesa de narrativa porque soy Poeta” Vázquez.

Una felicitación especial a Fabián “Yo soy el Niño Artillero y vengo por todo el poder, las columnas, las revistas, los encuentros, los trabajos, los consejos de cultura, las chamaconas nuevas de letras, los blogs y lo que se mueva” Rivera por la organización y por presentar en formato electrónico la revista labrando agua, originalísimo proyecto.



¡VIVA AGUASCALIENTES!

Ni en febrero ni en marzo: será en abril. En un acto de “justicia poética”, por llamarlo así, el poeta de origen madrileño, afincado prácticamente toda su vida en México, Gerardo Deniz, será homenajeado en Aguascalientes, cuna del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, e inspiración del inmortal corrido “La Feria de San Marcos”, inspirado a su vez en la Feria de San Marcos de Aguascalientes, Aguascalientes, “popularizado” in mass media por el no menos inmortal Antonio Aguilar, que no nació en Aguascalientes, sino en Zacatecas. ¿La razón?, se preguntarán ustedes después de tantas comas. Pues que el jurado del premio de poesía de este año declaró desierto, es decir, sin ganador, el afamado concurso y decidió, a su vez, otorgar el monto del premio a Deniz.

Juan Almela, nombre verdadero del poeta, nació en 1994, como José Agustín, y ciertos versos suyos de cierto poema (“Con frecuencia se nota que improvisa. Que falsea tradiciones, héroes, anatomías / para salir del paso”, de “La escuela autoritaria y cómo nació un respetable género de literatura”) pueden achacarse a cualquier integrante de la conocida Plana Mayor de Columnistas y Colaboradores de este malhadado “suplemento”. Ya lo saben: será en abril, señores, y cierren las puertas.



PUBLICIDAD PAGADA

Ah, sí, en un intento más de hacerse del Poder y la Fama, con mayúsculas, la Redacción hace extensa la invitación al publico interesado en la Palabra a visitar la página electrónica de este suplemento y se disculpa de antemano por la inconstante actualización del mismo. La dirección es quedatecontuborges.blogspot y, como dice la misma Redacción, “no es broma, creemos en la Palabra, queremos que lo pongas en tu columna”.

Teatro ejemplar de la tristeza


María Negroni

Un vampiro es un ser enamorado de su propio desconsuelo. Se aferra a lo perdido como a un escudo. En los laberintos del castillo abandonado del afecto, se lo ve deambular, cabizbajo y mudo y voluptuoso, sediento de una sed implacable, atormentado por la memoria de algo que acaso nunca ocurrió. Tanto Carmilla, la vampira de Sheridan Le Fanu, como el esquivo de Nosfe¬ratu, lo saben bien: hay grandeza en medirse con las intemperies de lo anómalo. En la noche eterna, sufrir puede ser una patria.


Julia Kristeva (Soleil Noir: Dépression et mélancolie, 1987) atribuyó a la actividad de poetizar las mismas poses sombrías. Vio en ella una empresa hecha de enconos y gestos desesperados, reacia al duelo, que altera la pulsión de muerte y la vuelve mímesis de resurrección. ¿No viajan los grandes poemas siempre hacia lo indecible? ¿No nacen de rimar los lutos del lenguaje?
Como Nosferatu o Carmilla, los poetas son seres del abismo del tiempo (que es también el abismo de la falta de identidad), criaturas absortas, aferradas al castillo en ruinas de sus proyecciones, exasperadas por ver vivir eternamente lo que no cesa de morir. Por eso, tal vez, apenas hablan y, cuando lo hacen, balbucean interjecciones, ritmos, cosas olvidadas como si así pudieran acercar el sentido del cuerpo que los desterró y conjurar por una vez la noche inmóvil. En cada ataque amoroso vuelven a la pena como a un salvoconducto infalible, y renuevan un pacto que evoca servidumbres secretas: su parafernalia de crueldad conduce a cierta belleza oscura de imágenes fugaces. Toda contaminación supone estremecimientos y sombras vertiginosas. (Es preciso sobrevivir a la noche.) El deseo es que las palabras, como decía Hölderlin, se abran como flores. En el umbral de la nominación, el poema elige, in extremis, una desgracia edificante: se yergue, desafiante y vencido, como un viudo identificado con la muerte.


La poesía, hubiera dicho Benjamin, es un teatro ejemplar de la tristeza. Una inercia que persevera, ensimismada y sorda a toda revelación, atenta sólo al mundo de los objetos y a las lentas revoluciones de Saturno. En ella, si se mira bien, lo único activo es el ataque camuflado contra el otro instalado en el yo (o viceversa), con tal de suprimir una escisión intolerable. El juego, entre impremeditado y alevoso, da sus frutos. El poema no interrumpe su ciego deambular pero es posible que algo pueda recibir, aunque más no sea un instante, de la luz residual de esa violencia.


Duelo imposible, balbuceo, efervescencia amorosa y criminal, una saga lírica regida por un voluntarioso desamparo: la melancolía también es una estética, y la sensibilidad gótica finisecular (la nuestra) acaso sea uno de sus nombres. Detrás, como antecedente, habría que enumerar lo que otros llamaron el Bizancio anglofrancés del siglo XIX, la literatura charrogne y ese culto de la belleza manchada, emparentada con la desdicha, que popularizó Baudelaire en El pintor de la vida moderna.


Todas las variantes del vampirismo, las voluptuosidades fúnebres, las alianzas entre el placer y la tumba, la flagelación, el amor lesbiano, la atracción de lo exótico y los cuentos de terror y necrofilia que conoció el fin de siglo pasado, provienen de esta concepción de la belleza, y su physique de l’amour, saturada de ruinas, caos y estatuaria, remite al mismo universo sublunar aludido por Kristeva. La poesía, en este sentido, pertenece por derecho propio a la Biblioteca del infierno.


Vincular acedia y lírica permite, por fin, algo más: redefinir el papel que le cabe a esta última en nuestro fin de milenio. Si, vista desde la tecnología y la democracia voraz de nuestro mundo de imágenes, la poesía es un género anacrónico, no lo es desde una teoría de la tristeza, en la medida en que su gesto instaura y garantiza una distancia infranqueable con una fuente que representa el origen y/o la verdad. Al obedecer a un ritmo hecho de súbitos detenimientos, cambios de dirección y nuevas inmovilizaciones, el poema actúa precisamente una imposibilidad: la de condensar significado y significante. Una y otra vez, la isla heroica de la melancolía, como la llamó Marsilio Ficino en el siglo XV, insiste en la experiencia material y fracasa. Este fracaso es espléndido y debe celebrarse porque, con él, se pone de manifiesto lo construido (lo falso) de la verdad simbólica, dando lugar a un mundo donde la jerarquía de una visión coherente de lo real no se sostiene.


Quiebre de la noción de totalidad y añoranza incurable de algo que, acaso, nunca se tuvo, son, desde siempre, marcas de lo que se sabe en estado de extinción. La poesía, acicateada por el deseo, realiza un movimiento afín: como intrigante que, en un misterio medieval, multiplicara significaciones, arma una coreografía escrituraria y, en ese decorado, escenifica una catástrofe (una epifanía mínima y fugaz), reubicándose como un arte imprescindible de la época.


Villiers de IIsle-Adam, Théophile Gautier, Mary Shelley o Renée Vivien, supieron ya a fines del siglo pasado (en su propia sociedad moribunda, transida de progreso) que la respiración asmática, como toda ostentación, tiene que ver con la carencia. Por eso, la belleza decadente de su producción, llena de emblemas, martirios, intrigas y lamentos, como la luz que ilumina en los cuadros barrocos el dibujo oscuro de la alegoría, es un efecto de opuestos. Reducido a un estado de ruina, el lenguaje ya no sirve para la comunicación pero está tanto más cerca de lo incognoscible. A la casa de la significación, por fin, se le ha volado el tejado.


Hay una vida afectiva del verbo donde éste se decanta, pasando del sonido natural al puro sonido del sentimiento. Para este verbo, el lenguaje no es más que un estado intermedio en el ciclo de su transformación, describe el trayecto que va del sonido a la música, descomponiéndose con la lentitud de los cortejos. En este verbo, hablan la melancolía y los poemas. A la manera de una enfermedad fatal, corrompen la lengua para amplificar lo eterno de lo efímero, lo ilusorio de lo verdadero. La estética es errática. No se buscan esencias, sino monogramas que cifren misterios, alguna traición, una voluptuosidad inútil, un gabinete fantástico donde un niño pueda perderse bajo la mirada de Novalis. En este verbo, el torpor se trastoca en audacia, lo banal en contemplación de lo banal, la proclamación en cosa rota. En este verbo, la tristeza se fragua a sí misma para salvarse.

Poemas de María Auxiliadora Álvarez

16

La tarde total
la estertórea te busqué
entre los cuerpos
entre los bultos espasmódicos
y no había nadie
exento
de abdomen grande oscuro de vagina
de pie descalzo sangriento y lento
de ojo de miedo
compañero tan relativo
no había nadie lleno de escrutinio
de padre muerto
y de madre abrupta
rojo mediterráneo observando así
huesudo riguroso
con la boca para adentro
como si no tuvieras dientes
con esa naturalidad
para el sufrimiento ajeno
la tarde total era de tarde
de agujas y tubos
y muertos alrededor
y una deforme y desnuda
con las piernas abiertas
con los brazos abiertos
eliminando toda la sangre
y todo el hijo
de que se es capaz
que no puede salir
porque una tiene la abertura
como cerradura
compañero tan relativo
rojo recto riguroso

exento.






10

Procreo
en lugar seguro
segrego
el líquido adecuado
espero
las larvas
entre los cartílagos
de los toros tibios
deposito sus tendones
en la boca de mi hija
todos los mediodías
digieres
vértebra y vena
y te ríes
me quieres sólo a mí
porque te gusta este olor
y esta temperatura
que conservo en cada ciclo
como debe ser
te miro
el esófago largo
dirigiendo
la instancia
y te ríes

me halas el pelo
y los huesos de la cara
buscando los alvéolos
del fluido medular

renuevo
la quietud
del fémur
en las cavidades tibias.

***

Mi esposo que vive enterrado
tanto le da la vida como la muerte

Yo y los niños vamos a veces
corremos en su superficie
EEEE le gritamos
con las bocas pegadas a la tierra


SAAAAAL queremos verte
ven a ver este sol estas personas estos animales
estamos alegres


Lo oscuro de él no saluda
o se pone triste con la mano
o hace señas para que nos vayamos


Sal solos de ti.