Servando Becerra
(desde Puerto Rincón Dorado XXX)
Supongo que ante la crítica, y no hablo de una crítica de cinco centavos, sino de la que hace la gente decente (como bien diría Sainte-Beuve), dicho de otro modo, la que se formula entre los amigos, con los vecinos, nada mejor que la superchería letrada. Así que después de pensar en más de un libro y dejar de lado mis pretenciones académicas, decidí tomar un momento superficial en las nebulosas aguas del Pacífico. Como el bolsillo lo permite y los deseos son muchos, desde febrero me encuentro desterrado en una torre del olvido llamada Puerto Rincón Dorado (quien sepa de geografía tercermundista sabrá dónde se sitúa ese rincón del cielo). En el bar La Casilla del Ángel vivo las tardes calurosas pensando en literatura de altos vuelos y mujeres a ras de tierra. El sexo ha sido excelente. Mucho. En gran cantidad. No tan bellas paisanas han sido una delicia playera. Los libros pocos. Mejor. Acá el ritmo de la vida cobra una significación borroza. Un conjunto borroso. Sin embargo, debo al buen tino de mi dilecto amigo Sebastián Ladrón de Guevara, el trabajo de leer el número 125 de la revista Crítica (editada por la Universidad de Puebla). Como decía al principio, la charla literaria es lo más decente que entre dos grandes conocedores puede establecerse. Ladrón de Guevara que es, por decirlo de alguna manera, un socialité de las Bellas Letras, me ha dicho (y leído) que en la mencionada revista se publica un largo poema de Maurizio Medo intitulado “El hijo de Mountain (cómic imposible)”, que, ademas de ser una especie de malogrado Sísifo, contiene un grado cero de vanguardia pululante. Hijo del Cono Sur, Medo no oculta la cruz de su parroquia, su lectura análitica, por momentos nula, de las vanguardias históricas latinoamericanas es un infeliz escamoteo. Por ejemplo: “Ha muerto Mountain man/ Ban swift la realidad y/ con una nueva semántica: familia es diáspora, el lugar/ ausencia/ y utopía”, cómo decir, no sé, me pregunta Ladrón de Guevara que qué madres contienen esos versos, un remedo de Vallejo, de Zurita, de Milán (oh, Padre Redentor), eso, lo que manifiesta un reflejo cuasi audaz en Medo es un falso reformismo letrado. O, como dice Julián Herbert al comentar el trabajo antologador de Alí Calderón, hay ahí una “anomalía subsidiaria”. Un experimentalismo inicuo que supone un empleo del lenguaje en su cáriz más rugoso. Bien, no dije nada. Ni me interesa decirlo. En realidad el poema de Maurizio Medo no me gustó. Eso es todo. Lo demás, es pura fluslería. Sonido y furia. Mera verborrea playera. Por cierto, pronto vendrá Yazmín a calmar mis furias lectoras. No me cobra un centavo por su trabajo. Me doy por bien servido “con limas ocultas en los pasteles” como diría Maurizio Medo.
La Casilla del Ángel (marzo 2008)
Supongo que ante la crítica, y no hablo de una crítica de cinco centavos, sino de la que hace la gente decente (como bien diría Sainte-Beuve), dicho de otro modo, la que se formula entre los amigos, con los vecinos, nada mejor que la superchería letrada. Así que después de pensar en más de un libro y dejar de lado mis pretenciones académicas, decidí tomar un momento superficial en las nebulosas aguas del Pacífico. Como el bolsillo lo permite y los deseos son muchos, desde febrero me encuentro desterrado en una torre del olvido llamada Puerto Rincón Dorado (quien sepa de geografía tercermundista sabrá dónde se sitúa ese rincón del cielo). En el bar La Casilla del Ángel vivo las tardes calurosas pensando en literatura de altos vuelos y mujeres a ras de tierra. El sexo ha sido excelente. Mucho. En gran cantidad. No tan bellas paisanas han sido una delicia playera. Los libros pocos. Mejor. Acá el ritmo de la vida cobra una significación borroza. Un conjunto borroso. Sin embargo, debo al buen tino de mi dilecto amigo Sebastián Ladrón de Guevara, el trabajo de leer el número 125 de la revista Crítica (editada por la Universidad de Puebla). Como decía al principio, la charla literaria es lo más decente que entre dos grandes conocedores puede establecerse. Ladrón de Guevara que es, por decirlo de alguna manera, un socialité de las Bellas Letras, me ha dicho (y leído) que en la mencionada revista se publica un largo poema de Maurizio Medo intitulado “El hijo de Mountain (cómic imposible)”, que, ademas de ser una especie de malogrado Sísifo, contiene un grado cero de vanguardia pululante. Hijo del Cono Sur, Medo no oculta la cruz de su parroquia, su lectura análitica, por momentos nula, de las vanguardias históricas latinoamericanas es un infeliz escamoteo. Por ejemplo: “Ha muerto Mountain man/ Ban swift la realidad y/ con una nueva semántica: familia es diáspora, el lugar/ ausencia/ y utopía”, cómo decir, no sé, me pregunta Ladrón de Guevara que qué madres contienen esos versos, un remedo de Vallejo, de Zurita, de Milán (oh, Padre Redentor), eso, lo que manifiesta un reflejo cuasi audaz en Medo es un falso reformismo letrado. O, como dice Julián Herbert al comentar el trabajo antologador de Alí Calderón, hay ahí una “anomalía subsidiaria”. Un experimentalismo inicuo que supone un empleo del lenguaje en su cáriz más rugoso. Bien, no dije nada. Ni me interesa decirlo. En realidad el poema de Maurizio Medo no me gustó. Eso es todo. Lo demás, es pura fluslería. Sonido y furia. Mera verborrea playera. Por cierto, pronto vendrá Yazmín a calmar mis furias lectoras. No me cobra un centavo por su trabajo. Me doy por bien servido “con limas ocultas en los pasteles” como diría Maurizio Medo.
La Casilla del Ángel (marzo 2008)
No hay comentarios:
Publicar un comentario