sábado, 26 de abril de 2008

El interfecto amor



José Ricardo Báez González

Entre los zapatos negros, salpicados por el barro que producía la fuerte lluvia; entre las sombrillas negras, estaba ella. ¡por Dios hacía tanto que no la veía! Pero parecía que el tiempo no hubiera pasado, seguía siendo ella, perfecta. Caminaba sin mirar a su lado, con unas gafas negras que ocultaban su dolor; un gabán oscuro que con cada taconazo que daba se entreabría para mostrar su delgada figura adornada con una hermosa falda que le llegaba un poco más arriba de sus rodillas; hubiera dado lo que fuera por verla reír en ese instante pero era imposible.
Tenia ganas de fumar, de drogarme lento y despacio hasta que una hemorragia me dijera que era imposible inhalar más, quería tener sexo con alguna de aquellas chicas que siempre nos acompañaban, pero ya era tarde, perdí mi tiempo en eso. Y ahí seguía ella, mezclándose entre la gente; yo me acerque lo más que pude para verle el rostro. Era inconfundible, las gafas con gotas de lluvia deslizándose por los lentes; su fantástica nariz, que si la mirabas de lado no podías entender la forma, pues de frente lucía más hermosa; su pequeñísima boca de labios apretados, esos que solo aquella noche probé; sus pómulos tan divinos y sencillos; sus pecas que provocan; el cabello ondulado hasta sus senos pequeños y su piel albina, ella era más blanca que la luna, lo juro. Tenía como veinte años encima, pero parecía la misma niña inocente que conocí, hermosa y de palabras frágiles de la que me había enamorado. De pronto mis ganas de fumar, de drogarme y de tener sexo cambiaron por una obsesión repentina de desearle ver los ojos. Lo poco que recuerdo de el color sus ojos era que dependía de muchas cosas; por ejemplo por las mañanas, casi de madrugada los tenia negros y tenebrosos; al medio día eran cafés, como los míos; a las cinco con el sol de frente a su cara eran verdes en sus bordes y amarrillos en el centro; y por la noche, casi no los abría. Pero también dependía de cómo se sintiera, cuando lloraba eran azules, como el hielo; cuando estaba alegre, tan verdes como esmeralda viva, y cuando estaba furiosa eran morados. Nunca me dieron miedo, me encantaba ver sus camaleónicos ojos y tragaba mis palabras solo por poder admirarla toda una vida; una vida que ya había perdido. Lo que más recuerdo de ella, fue lo que paso aquella noche; recuerdo que todo empezó con una o dos botellas de vino, acompañadas de la música de Fito, el piano y las guitarras proporcionaban un ritmo para cada movimiento que hacíamos, ella abrazaba la almohada, su pelo parecía un río que se extendía sobre la funda, la sabana empezaba a pegarse a nosotros, ya éramos sólo un cuerpo, ya éramos sólo besos, gotas de sudor con sabor a whisky, aliento a nicotina, suspiros y gemidos marcados en el compás que nos daba la música, la sábana se hacia más pesada en mi sudorosa espalda, sus ojos se cerraban y se volvían a abrir lo suficiente para ver mis ojos, sus mejillas estaban rosadas como nunca antes habían estado, sus labios exhalaba un delicioso sabor a vinotinto, y su vientre delgado completamente empapado de amor. El sacerdote de estola morada empezaba a decir unas palabras; no se por qué rezan, nunca creí en Dios, estaba tan aturdido con esos rezos que decidí alejarme un poco y sentarme cerca de un charco asqueroso, café y lleno de zancudos; gire mi cabeza para saber si ya habían terminado los rezos y ella estaba a menos de medio metro mío, me aterré tanto que camine como cangrejo cayendo en ese asqueroso charco, vi que ella volteó a mirar sin darle mayor importancia. Así era como debería haber muerto, en un charco de mierda, con los zancudos en mi cabeza y con mi ojo izquierdo viéndola fumar. Me puse de pie, la observé, detalle cada pelo que iniciaba café para terminar en sus extremos dorados, cada pestaña rizada, cada peca, su perfección al pararse para fumar, su boca que se abría para dibujar una “o” con sus labios, por donde exhalaba un humo azul denso que peleaba con el viento y se perdía con las gotas que aun caían.
Estaba enamorado, hasta ahora me daba cuenta, cómo puede se posible que en el momento en que no puedo hacer nada ella se me aparezca, tan hermosa, tan perfecta, tan callada, tan blanca. Ella fue la primera, y ha debido ser la única, mi vida fue un completo asco. Había entrado en pánico, seguramente ella me espero todos estos años, y yo encerrado en mi mundo de sexo, drogas y chill out; encerrado con la misma gente, durmiendo sobre dólares y jeringas, haciéndolo con cualquiera de las prostitutas que nos acompañaba en una noche de juerga. Eso nadie lo sabe, para mis padres fui el hijo ejemplar, pero no era así, mi vida fue una porquería y no aprendí nada, deje pasar las oportunidades que me había dado la vida; la deje pasar a ella. De nuevo caí vencido por el temblor de mis piernas, el frío me atormentaba, lo sentía carcomer mis entrañas, de mis ojos comenzaban a brotar lagrimas que se las llevaba el viento antes de que tocaran suelo, volví a mirar mi tumba; ella ya había terminado de fumarse su cigarrillo y volvía caminando lento para esconderse entre los demás.
Permanecí sentado ahí llorando mucho tiempo, la lluvia ya casi había cesado, encima de mi ataúd ya solo había tierra; era mi fin, ya nadie nunca volvería y yo estaría ahí acostado esperando a que los gusanos se comieran mi carne sudada, esperando que ella me perdonara; sintiendo el frío de la soledad, ahogándome en la lluvia y el barro. Ella prendió su último cigarro, se lo fumo a bocanadas lentas dejando un poco de su labial rojo en el filtro, sabía que estaba hablando conmigo pero yo no la oía; de pronto detrás de sus oscuras gafas derramaba delicadas y perfectas lágrimas. ¡Que dolor el que yo sentía! Ahora se alejaba caminando, intentando esquivar los charcos del cementerio, y yo no paraba de llorar, reclamándome a cada instante mi estupidez. Lo entendí, no había muerto de la enfermedad que me catalogaron los médicos, había muerto por ella, había muerto por la ausencia de su amor.

José Ricardo Báez González. Colombia.

Desventuras del profesor que escribe



Vicente Quirarte

Siempre tendrá un doble pretexto para justificar sus infidelidades a los que considera polos de su vida: no puede escribir porque tiene toneladas de trabajos que revisar. No puede ser un buen profesor porque sus energías mejores están dedicadas a la literatura. Uno, acaso el más pedante, dirá “mi obra”. Como nadie vive aún de lo que escribe, el escritor en ciernes ingresa en una carrera humanística, casi siempre de letras. Si verdaderamente ama a la Ingrata -la literatura- con la ingenuidad y la devoción de amateur, pretende servirla con absoluta entrega, enseñándola. De las actividades laterales a la escritura misma, la de profesor es la que más se le aproxima y la que se encuentra al mismo tiempo más lejana.
Aún no termina su licenciatura y ya está, impaciente y brioso, como potro en la línea de salida, dispuesto a demostrar todo lo que sabe, porque lo sabe todo, menos que la vida está divorciada de las letras. Comienza a dar clase a muchachos de enseñanza media apenas mayores que él. Los adolescentes, como toda fauna natural e instintiva que se respete, están preocupados por cosas más tangibles e inmediatas que el fervor de Dante por la pálida Portinari. No importa. El profesor-escribiente da batalla con sus mejores armas, se desgañita, amenaza. Sus defensas se anulan cuando las mujeres que pueblan sus lecturas se materializan de pronto en la adolescente de la primera fila que no deja de mirarlo, le dice buenos días con una modulación que ni Mozart en sus mejores días y le sostiene la mano más allá del saludo.
Los paseos por semejantes purgatorios tienen diversas características, como diferentes son los círculos del infierno. Imaginemos al profesor en su primer día de clases frente a un grupo exclusivamente de varones, en una escuela particular de niños bien, rechazados de las demás escuelas. A esta triple calamidad añádase que la autoridad brilla por su ausencia. A la salida, el profesor-escribiente llegará a casa a componer versos desesperados donde hable de la incomprensión del mundo. Sin embargo, al día siguiente, mientras se anuda una de sus dos corbatas y piensa en la estación Pino-Suárez del metro, se dirá que aun Quevedo y Hölderlin tuvieron que desempeñarse como profesores, lo cual no los rebaja ni los hace mejores poetas. Lo que no se explica es por qué sus poemas son rechazados de todas las revistas a donde los ha enviado, ni por qué su novia se ríe de los poemas que, en opinión de su autor, son los más serios.
En principio, las cosas marchan mejor cuando el colegio es exclusivamente de niñas. Por desgracia, casi todos los colegios de niñas son de monjas y los que no lo son manejan un discurso moral cuya rigidez y dobleces espantarían a nuestros más acérrimos clericales decimonónicos. Con más colmillo, algún primer libro y más horas de vuelo, el profesor-escribiente puede aterrizar en otro coto privilegiado: el de las señoras que huelen bien y pagan regular, como decía el gran Luis Rius, quien cautivaba doblemente desde su entrada en escena hasta la demostración de sus múltiples sabidurías. En estos grupos de mujeres bien vestidas, bien comidas, ávidas de vida, las desventuras del profesor-escribiente pueden mitigarse y llevarlo a vivir en la economía-ficción provocada por los banquetes donde también es invitado el bufón del rey.
Cuando el profesor-escribiente llega por fin a la universidad, las cosas cambian y no. Vuelve a las excusas del principio pero ahora, como ya ha escrito más y tiene -como se dice- más tablas, siente que su palabra es ley y descubre que ser profesor no es tan malo. Que es una bendición si nos ponemos a pensar en que Flaubert consideraba que había que ser un monstruo para hacer realmente algo en esta carpa malagradecida. Y cuando sale de dar una clase que ni siquiera ha preparado, sonríe mientras piensa en que los grandes escritores han sido malos profesores, y piensa en Luis Cernuda y Ramón López Velarde. Claro que, con mala intención, podríamos echar a perder su momentánea alegría si le citamos nombres como Sergio Fernández. O fray Luis de León.

Notas azules*


Elaine Equi

1. Es el tipo del día donde cada uno, hasta el cajero, parece estar cerca de las lágrimas.

2. …en la galleta de azúcar del reflector.

3. El poema es un lugar para ocultar cosas a guisa de revelación.

4. Tal como solía fantasear sobre la vida secreta de los objetos, entonces la poesía se hizo un modo de fantasear sobre la vida secreta de las palabras.

5. Mi niñez: una torpeza tan robusta que nadie podría derribarla.

6. La verdad sobre el Modernismo: parece como si cada uno fuera todavía el Finnegan’s Wake.

7. Puedo imaginarme a un Gulliver atado con perfume —flores en vez de cuerdas.

8. El pensamiento de tabloide es el triunfo de la democracia: la venganza sobre cualquier persona que pensó que ellos eran mejor que nosotros.

9. Los tarros hacen que usted ponga en ellos el brillo. Wallace Stevens sabía de los placeres de los tarros. Exhibición de tarros mientras que las cajas ocultan y entierran. La caja última es un ataúd.

10. Nos olvidamos que ser un buen oyente también significa escucharnos a nosotros mismos.

11. Quiero leer, pero estoy demasiado cansada. Mis palabras guardan el deslizarse de los ojos en la página.

12. La voz de la mayoría que me parece oír ahora mismo —¡El dinero!

13. Corto de espíritu.

14. Ha cogido un tufo de relámpago directamente antes de irse a la cama.

15. Sobre la persistencia de las jerarquías: “... el espíritu de la gente menos importante también fue a la morada del bendito, pero no cortaron mucho a la figura que allí estaba; mientras los plebeyos no tenían alma en absoluto o, tenían almas hechas de una materia pobre y atenuada que ellas fallecieron junto con el cuerpo,” (C.E. Vulliamy)

16. Como campanas que suenan en una película silenciosa.

17. MIÉRCOLES DE CENIZA

Exprime
por la parte más oscura --

palabras llanas
conseguidas detrás del olvido.

Cenizas
más suaves que la piel.

18. La tierra es finita. Pero el mundo sigue haciéndose más grande. Demasiado grande para solamente este planeta, para sostenernos en su vistazo que nos hace girar.

19. El olor de pan de jengibre en el vestíbulo y, de la puerta de un vecino, el cacareo de una bruja de historieta.

20. Ansiedad de Separación: dolor de fantasma en el miembro fantasma del terapeuta.

21. Retrocesos Eróticos: El limpiaparabrisas silba como el péndulo en la película “El pozo y el péndulo” como cuando roza el estómago del protagonista. El rayo láser que mueve poco a poco su camino hacia la entrepierna de Sean Connery en “Goldfinger”. Ambos hombres atados —desvalidos contra la tecnología, sin ser ello barbárico o muy avanzado.

22. Sólo la música puede transportar, caminar y volar al mismo tiempo: el bajo sobre la tierra, la flauta en el aire.

23. Un rasgo heredado: petición de direcciones y puntual olvido de ellas.

24. “Sus mentes están siempre ocupadas —siempre adornando.” (Mi madre sobre nuestros parientes)

25. Mirar antes-y-después cuadros de gente en el cielo.

26. Encuentro los espacios en blanco necesarios para vagar y crecer adentro.

27. “Yo” en mis propias manos.



...
*Elaine Equi ha publicado seis libros de poesía. Su trabajo ha sido recogido en las antologías Postmodern American Poetry: A Norton Anthology y en The Best American Poetry en las ediciones de 1989, 1995 y 2002. Creció en Chicago, actualmente vive y enseña literatura en la ciudad de New York.

Nota: El texto en ingles fue tomado de la revista norteamericana Cross Cultural Poetics No 3. La traducción que publicamos es de Raúl Vázquez (versión aún de borrador).

¿Todo bien? de Nadia Villafuerte


Mario Alberto Bautista

La escritura de Nadia Villafuerte incomoda. ¿Todo bien? (Dirección de Educación y Cultura del H. Ayuntamiento de Yajalón-Ediciones de el animal-CONECULTA CHIAPAS, 2007), su tercer libro de relatos, no es la excepción.
En relativamente poco tiempo (seis años, atendiendo la fecha de publicación de su primer libro) la escritora se ha hecho una referencia en nuestra bisoña, impresionable y uniforme joven narrativa chiapaneca: apariciones en antologías editadas dentro y fuera del país, becas y espacios en publicaciones culturales tanto locales como nacionales la acreditan como una narradora que, de joven y promisoria, está en trance de alcanzar una cierta madurez expresiva.
¿Por qué “incomoda”, entonces, la escritura de Nadia Villafuerte? ¿Cuáles son sus armas? ¿Basta decir que el cinismo y la violencia —pedestre y explícita esta última en sus casos más desafortunados— son sus más reconocibles caballos (o yeguas, o sirenas, quizá) de batalla? Yo ya no estaría tan seguro.
¿Todo bien? supone, quiero verlo así, una inflexión en la incipiente obra de Villafuerte. El libro inicia con “Botas tejanas”, acaso un doble guiño a las fantasmadas de Wilde y Rulfo. ¿O es acaso simple coincidencia el inicio: “Fui a Juárez porque quería comprarme unas botas vaqueras”? En todo caso, y extendiendo un razonamiento de Antonio Ramos —mismo que junto a Eduardo Rodríguez se encarga de la “Presentación” de este volumen— hecho en otra parte, el relato es atípico, distinto a los que nos tiene acostumbrados Villafuerte. Esta característica, que es apreciable, paradójicamente desvirtúa el libro porque uno se predispone y espera más narraciones de ese tipo.
Ramos calificó de encomiable el inicio de “Botas tejanas”, por lo que se entiende que el resto no le agradó. Yo opino lo contrario: el relato me pareció valioso, insisto, porque a la decoración, por llamarlo así, de Villafuerte —la frontera, la violencia, el personaje femenino que se precia de su inteligencia o cinismo— la escritora añade —oh, Geena Davis, oh, Susan Sarandon— un final inesperado.
Los demás relatos, la mayor parte escritos en primera persona y protagonizados casi todos por personajes femeninos son, en su relativa homogeneidad, desiguales. “Roxy”, “Jugo de naranja” y “Tutú” me parecen escritos de forma apresurada, con trazos poco profundos. Hay incluso alguna similitud, que a su vez indica cierto estancamiento, con textos anteriores: “Roxy” y “Mala reputación”, relato el último de Barcos en Houston (2005), repiten el “motivo” del travesti, aunque no sus circunstancias. También hay una misma atmósfera igual de tristona y llena de fracaso entre “Barcos en Houston” y “Noche tibia y callada de Veracruz”, del segundo y tercer libro de Villafuerte respectivamente.
“Tinta azul”, por otra parte, me parece el relato mejor logrado del libro porque representa el viraje que están tomando los textos de Villafuerte. Los personajes siguen siendo violentos, pero su violencia es más abstracta, más interiorizada: menos burda y más desesperante. Las criaturas de Villafuerte se están volviendo más refinadas a la hora de ser crueles y por eso adquieren relieves más notorios. La Villafuerte que se regodea en la estridencia y el exhibicionismo está cediendo paso, espero y quiero creer, a una narradora más reflexiva y sin embargo igualmente escéptica, como siempre.
“Íbamos de sur a norte / y tan lejos / que parecía que en realidad / no nos movíamos” dice Roberto Bolaño en el epígrafe que Villafuerte escogió para Barcos en Houston —el mismo Bolaño que, por cierto, se percibe en “Cachukas girls” de Barcos…, el mismo Bolaño al que una desconocida y sospechosa Berenice Vázquez “glosa” en un texto de aparición más o menos reciente—: nada más acertado para decir, con palabras de otro, me parece, en qué consiste el sino de la escritura de Nadia Villafuerte: la errancia —ya sea física o espiritual— como condena y salvación, la propia existencia como frontera insalvable entre los demás.
¿Todo bien? me parece, entonces, un libro de transición. Desigual y todo (Barcos en Houston era coherente por su repetición), pero que por eso mismo permite vislumbrar los cambios, estancamientos y “obsesiones” de su autora. Tengo entendido que Villafuerte se está concentrando en narraciones de mucha mayor extensión. Mientras tanto, debido al influjo temporal de este libro, sólo me queda agregar que si alguien me pregunta en los próximos días ¿todo bien?, esa variante impersonal del ¿cómo estás?, yo me veré obligado a responder, con más desconcierto que cinismo: ¿y a ti qué te importa?, y después volveré a sentirme incómodo, muy incómodo, como siempre.

sábado, 12 de abril de 2008

Una breve historia


Ernest Hemingway

Una tarde calurosa en Padua, lo llevaron hasta la azotea y él pudo observar el pueblo desde el punto más alto. Había vencejos de chimenea en el cielo. Después de un rato oscureció y las luces se encendieron. Los demás bajaron llevándose las botellas con ellos. Él y Luz pudieron escucharlos abajo, en el balcón. Luz se sentó en la cama. Estaba fresca y tranquila en aquella noche calurosa.

Luz permaneció en el turno de la noche por tres meses. Ellos estuvieron encantados de dejarla. Cuando le practicaron la cirugía, ella lo preparó para la mesa de operaciones; bromearon sobre “un amigo o un enema”. Él sucumbió a la anestesia cuidándose mucho para no balbucear nada durante ese tonto lapso antes de dormir. Después, al poder utilizar las muletas, él mismo se tomaba la temperatura para que Luz no tuviera que levantarse de la cama. Había sólo algunos pacientes y supieron lo que sucedía. Todos querían a Luz, mientras él caminaba por los pasillos pensando en ella recostada en su cama.

Antes de regresar al frente, fueron a la catedral de Milán y rezaron. Estaba tranquilo y silencioso, había más gente rezando. Querían casarse, pero no había suficiente tiempo para las amonestaciones, además ninguno de ellos tenía certificados. Aún así, sentían como si se hubieran casado, querían que todos lo supieran, hacerlo inolvidable.

Luz le escribió muchas cartas que no recibió sino hasta después del armisticio. Quince llegaron en paquete al lugar, él pudo ordenarlas por fecha y leerlas de una vez. Hablaban de los tiempos en el hospital, de cuánto lo amaba, cómo era imposible estar sin él y qué tan terrible era extrañarlo por la noche.

Después del armisticio, acordaron que él iría a casa a conseguir un trabajo para poder casarse. Luz no vendría con él hasta que tuviera un buen empleo para poder ir a Nueva York con ella. Estaba entendido que él no bebería y que no quería ver a sus amigos ni a nadie en los Estados Unidos. Sólo conseguir un trabajo y casarse. En el tren de Padua–Milán discutieron sobre el deseo de ella de no ir con él de una vez. Cuando tuvieron que decir adiós en la estación de Milán, se dieron un beso de despedida, no había terminado la discusión. Él se sintió molesto por marcharse así.

Él regresó a América en un barco desde Génova. Luz regresó a Pordenone para abrir un hospital. Era un lugar solitario y lluvioso, había un batallón de arditi acuartelado en el pueblo. Viviría en el lodoso y húmedo pueblo para el invierno. El mayor del batallón le hizo el amor. Luz no había conocido a los italianos antes. Finalmente, escribió una carta a los Estados Unidos, lo suyo sólo había sido un romance de juventud. Ella lo lamentaba, sabía que él probablemente no podría entenderlo, aunque tal vez podría perdonarla algún día, agradecerle incluso. Ella pensaba, completa e inesperadamente, casarse para la primavera. Lo amaba como siempre, aún así, se dio cuenta que había sido sólo algo entre jóvenes. Esperaba que tuviera una gran carrera, creía en él. Sabía que era lo mejor.

El mayor no se casó con ella en primavera, ni en otra estación. Luz nunca recibió una respuesta de la carta de Chicago. Tiempo después, él contrajo gonorrea con una chica de ventas de una tienda departamental mientras viajaba en taxi por Lincoln Park.

...
Traducción: Lisandro Madrigal Mauríes

Poema de Marilyn Hacker


Cinco comidas



Un mesa significa no es cierto mi amor significa toda una estabilidad
Gertrude Stein: Tender Buttons

Fetas de jamón, paté, salchicha, sobre hojas de lechuga;
coliflor, trozo de pato en salsa de vino
amarronada; lechuga, repollo crudo, vinagre y aceite;
un cuadrado de torta de nuez con escarcha de moca;
Camembert en una hoja verde, pancito duro, manteca;
media botella de champagne, café negro.

Medialunas, manteca, jugo de naranja, café.
Beaujolais versus St. Emilion. Hojas ganchudas
con queso de oveja rallado; caracoles en manteca de ajo;
lechoncito rostizado crujiendo en jugo; vino tinto
en una jarra de vidrio; mousse de chocolate. Aliento que empaña
el vaso en tu mano. Brandy en la cama. El aceite

costó caro, en botellones. Sin aceite
comimos endivias, queso de cabra. No hay café-para-llevar
en París. La crème fraîche, en picos como escarcha;
hojas verdes como plumas, ahuecadas, te sirvieron de cuchara
con las piernas cruzadas en la cama. Descorchamos un vino
con mi navaja Suiza. Entre crema ácida y manteca:

chupo dedos de crema. El cubo de manteca dorado a la hoja
que diseñaste, entre etiquetas de mermelada, en óleo
pastel. Las lenguas se suavizan en el vino tinto, joven y áspero.
El borde marrón del dibujo es un arroyo de café.
Guardás una mandarina con dos largas hojas curvas
que la engloban. Chocolate oscuro, como escarcha que rebalsa
fuera del bol. A la mañana, el rocío empaña
los cristales planos. Medialunas, tostadas y manteca.
Todavía tenemos sueño, pero no dejamos
ni una miga. Aprieto tu cachete aduraznado; aceite caliente
mana de la fuente mientras el primer café con leche
se vierte copioso. No tenés crayones para los colores

del vino. Podríamos beber sólo vino blanco
pero es demasiado frío. Los charcos de lluvia se escarchan,
congelados. Planeamos excursiones con más café.
Doblás las etiquetas de la jalea de grosella y de la
manteca. En Florencia habrá aceite de oliva
barato, en latas barrocas. Nuestro tren parte

a las siete. Dejo nuestro vino de Año Nuevo
escarcharse en la cocina. Arcoiris de aceite
se arremolinan en aromas cálidos: pan fresco con manteca, café fuerte.




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Marilyn Hacker nació en 1942 y se crió en el Bronx, Entre sus libros podemos citar Presentation Piece (ganador del National Book Award en 1975), Separations y Taking Notice (los tres recogidos en el volumen First Cities de 2002), Love, death and the changing of the seasons (novela en verso), Squares and Courtyards (2000) y Desesperanto (2002). Sus Selected Poems 1965-1990 obtuvieron el Poet's Prize en 1996. Vive entre París y Nueva York, donde dicta clases en el City College.

El exilio y la apariencia, de Jean Baudrillard


Servando Becerra

El exilio y la apariencia es un libro que permite al lector penetrar en un formato distinto del que Jean Baudrillard (filósofo, sociólogo, también dicen que poeta) acostumbraba emplear. Por medio de un conjunto de “superficies significativas” (Vilem Flusser) Baudrillard desarrolla un lenguaje, ese sí muy a su estilo, que desdobla al objeto estético por medio de una desacralización y vanalización, ya que según para este pensador francés, no hay nada más lamentable que la estetización fotográfica. Desde esa premisa Baudrillard cuestiona, a través de sus imágenes, a la fotografía como un Bello Arte. En El exilio y la apariencia las fotografías no son construidas sobre arquetipos armónicos conforme un estética determinada que replantean los elementos semióticos del objeto fotografiado, no, más bien son “textos” (quiero creer que a Baudrillard le hubiera gustado el símil) en calidad de meras imágenes, de meras instancias significadas que sencillamente está “ahí” (no Heidegger), no hay más, ya que siguiendo las palabras de Baudrillard la fotografía no nació junto con el estrépito del arte, sino que vino de una esfera distinta. Si bien, tiene que ver con la aparición engañosa del arte, también es cierto que la fotografía puede alejarse de las circunstancias expresivas del mismo. Es así como El exilio y la apariencia a mi parecer, es un reflejo habitual, una luz cualquiera que no por tener esa cualidad es menos intensa.

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Nota pedante: Para profundizar en las ideas estéticas de Jean Baudrillard consultar: El complot del arte (Anagrama) y El paroxista
indiferente (Anagrama).

sábado, 5 de abril de 2008

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Mario Alberto Bautista


Una voz llega a Valdivieso en la obscuridad. Imaginar.
A Valdivieso boca arriba, en la obscuridad. Escucha: «Estás boca arriba, en la obscuridad, y eres gorda, inconmensurablemente gorda.» Entonces verifica: obscuridad, inconmensurablemente. Si pudiera suplantar a la voz que llega hasta ella, boca arriba y en la obscuridad, suprimiría dos o tres palabras.
Obscuridad.
Inconmensurablemente.
Gorda.
Entonces la voz llegaría a Valdivieso: «Estás boca arriba, en la oscuridad, flaquita.»
Déjalo rápido.
Soñar despierta. Una voz que llega, en la oscuridad: «Viste la luz por primera vez en la habitación en que con mayor probabilidad fuiste concebida, flaquita, y en la que naciste. Esa noche, en la oscuridad, del otro lado de la puerta, en el pasillo, sobre el tapete, escuchas los pasos que vienen y van: la sombra de tu padre. Puedes imaginar sus pensamientos mientras va y viene sin saber qué pensar.»
«Flaquita: estás boca arriba, en la oscuridad.»
Ya déjalo.

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«Une musique pour Valdivieso», novela fragmentaria a varias manos por entregas.

Unos suben y otros bajan (sobre una fotografía de Lola Álvarez Bravo)




Abel Isaías Sántiz Hernández*

Ya estoy cansada de esta vida, vieja y aburrida, por el tipo de vida que tengo, pasando frío, viendo cosas raras y terribles.

Estoy harta de que por mi cuerpo pasen hombres y mujeres, ya sean ricos o pobres, personas alegres o tristes, sacerdotes o criminales, violadores o borrachos.

Estoy harta de todo esto, viendo, escuchando y sintiendo. Cómplice, sí, soy cómplice de ellos, viéndoles y dejándoles sin decir nada. No sé por cuánto más tendré que pasar esto.

Pero por momentos, me alegro al ver a las personas teniendo ideas positivas. Como aquel enamorado que sube con su querida princesa o aquel que no se da por vencido y sube, sube..., mientras le observo lograr sus sueños; y qué decir de aquel adolescente que se sienta a escribir sus historias, tomando en cuenta cada escalón y comparándolo con la vida. Sin embargo, me da tristeza que muchos se cansan y aceptan la derrota y regresan.

...
*Abel Isaías Sántiz Hernández estudia en la Escuela Secundaria Técnica Industrial No 36 de Altamirano, Chiapas. Es integrante del Taller de Narrativa perteneciente a esa misma institución educativa.

La armonía del silencio (sobre una fotografía de Gerardo Nigenda)



María Oralia López Méndez*

...me canso, me canso de que siempre me utilicen como un juguete, que nunca me cuiden como yo quiero y que no me den mi lugar; porque siempre trabajo y no descanso. Yo voy de un lugar a otro trabajando de día y, también, en ocasiones, de noche cuando hay algo urgente. A veces, hay tiempo libre y descanso un rato y me pongo a dormir. Pero esto es muy poco. Siempre trabajo, voy lejos. Por eso, ahora, me preocupo por mi salud y mi bienestar, para que cuando me den trabajo me sienta feliz, contento y con muchas ganas de seguir haciendo lo que he hecho desde que era pequeño, y ahora más que ya estoy grandecito.

...
*María Oralia López Méndez estudia en la Escuela Secundaria Técnica Industrial No 36 de Altamirano, Chiapas. Es integrante del Taller de Narrativa perteneciente a esa misma institución educativa.

Dasein del ocio



El GOL

Servando Becerra

Qué significa anotar un gol. ¿Es el simple acto mecánico de meter un balón en la portería enemiga y ya? O..., tiene algo, un no sé qué que tiene de maravilloso (¡oh!, san Juan de la Cruz estuviste tan cerca de saberlo). Sin embargo, a mí no me gusta tanto el futbol y, paradojas más, paradojas menos, por tonto que resulte, aún recuerdo el instante glorioso en que metí mi único y primer gol. Vaya si lo disfrute. Es, un recuerdo, un “tesoro” como lo son para Eliseo Diego: “Un laúd, un bastón,/ unas monedas,/ un ánfora, un abrigo,/ una espada,/ un baúl,/ unas hebillas,/ un caracol, un lienzo,/ una pelota.” Pero quién mejor que los verdaderos futboleros o futboleras para decir qué demonios significa meter un gol. Hay ocasiones en que la casualidad nos acerca a focos de verdadera brillantez. No diré más, sólo me limitaré a transcribir lo que leí en los textos que unos alumnos de secundaria (Técnica No 36, de Altamirano, Chiapas) de un viejo amigo mío escribieron sobre lo significó para ellos meter un GOL.

.....................................

Una vez jugué un partido de futbol, en ese momento era delantero, a uno de mis compañeros le hicieron falta, en ese momento yo fui a cobrar un tiro libre directo de 33 metros fuera de la portería, hay cuatro jóvenes de la barrera; cuando lo tiré, el balón se chocó en el poste del travesaño. ¡Qué golazo tuve ese momento! Y cada semana sueño con el gol de mi vida.

José Carmelino Sántiz Álvarez


Cuando yo metí un gol. Desde que yo empecé a jugar futbol me sentí contento porque metí mi gol y yo estoy jugando como medio; fue un tiro de esquina, me bajé y metí un golazo. También he jugado, a veces, como adelentero y en esos juegos he metido tres goles. Fui más contento. Hasta ahorita esoy triunfando más para meter muchos goles en mi vida.

Pepe Hernández Guillén

Cuando jugamos con mis compañeros yo juego como adelantero; pero yo metí un gooool de cabeza chingón. Yo me alegré con el gooool que metí y mis compañeros se alegraron porque estábamos perdiendo. Con el gooool que metí quedamos empate; yo metí otro gooool de penal, el último, y por fin ganamos.

Enrique García López

Para mí el futbol es algo importante. Cuando juego siempre me alegro aunque esté enojado o triste. Pero cuando juego futbol siempre se acaba todo. Una vez jugamos futbol en el campo de la secundaria. Mis amigos me metieron a jugar de delantero y yo no soy bueno para los goles, pero mis compañeros me cobinaron y metí un gol de aire.

Gerardo Gómez Velazco

Cuando yo anoté el primer gol fue en una reta con mis compañeros. Cuando Daniel me dio el pase y yo iba solo con el balón, disparé en el travesaño y el portero no pudo hecer nada. Con ese gol ganamos. El mejor gol.

Aurelio Hernández Pérez

Las hay también goleadoras:

Al meter un gol por primera vez me sentí contenta y la segunda vez que jugué, jugué tanto porque quería meter un gol y nunca pude meter otro gol.

Consuelo Pérez Bautista

He metido goles. Quisiera meter otros pero que se miren bien. La posición que me gusta jugar más es media, porque siento que puedo más. Jugamos en un equipo llamado "Deportivo Salud" y fuimos campeonas. Nos sentimos contentas. Y mi jugador favorito es Paco Palencia de los Pumas.

Gaby Hernández Sántiz (100% pumista)

La primera vez que metí un gol me sentí muy orgullosa. Aunque no muy me gusta jugar futbol. Pero esa vez pensé que voy a seguir jugando, porque me emocionó mucho del gol, aún no puedo olvidarlo. Cada vez que juego presiento que algún día podría meter otro gol. Me siento muy feliz porque tengo un deporte divertido.

Victoria Pérez Entzín

Bueno, también hay porteras goleadoras, aunque., ante todo, porteras:

Yo no digo nada porque soy portera. Soy la mejor portera de 2°F. Ya he metido un gol, de fintita, porque la Isabel quedó de portera. Pero en el segundo tiempo fallé un penal, uno nada más. No digo nada porque soy portera. La mejor portera. Por eso quedamos campeonas en "Deportivo Salud". El mejor portero es el de los pumas: Sergio Bernal.


Lucía Guadalupe Hernández López

Y haciendo referencia a los goles más bellos:

El gol más emocionante fue cuando una jugadora de mi equipo tiró en la esquina del campo y el balón venía al aire; le pegué muy fuerte y metí el gol más bonito que había visto en mi vida y en el transcurso de los partidos.

María Isabel Henández Sánchez

El gol más hermoso, para mí, de todos los demás juegos que he jugado o los goles que yo he metido, es cuando un jugador, compañero mío, me dio el pase, entonces, los otros jugadores que estaban en el otro equipo me quisieron quitar el balón, pero intenté pasarlos y no pude; entonces, me paré y le pegué al balón y el portero que estaba hasta afuera de la portería ya no pudo alcanzar el balón. Y así anoté el gol más hermoso, con una bombeadita hacia arriba del aire.

Manuel Jiménez Méndez

Los que no se deciden; ah, la variedad del goleador:

El gol que más me gustó de todos y, también anoté, es cuando jugué en retas con mis compañeros, aunque, tembién, he fallado algunos, pero para mí será un gol excelente, cuando hice una finta la vez pasada y metí un gol.
Además, no sólo eso, sino, también, cuando fallé uno de cerca de la portería, yo solo con el portero; estaba yo cerca, pero fallé, sin embargo hubo una vez que metí un gol de elevada.


Daniel Sántiz López

El gol más hermoso que he podido meter fue cuando me dio pase uno de mis compañeros casi afuera del área, como el portero había salido un poco de su portería, ya cuando lo tiré el balón lo metí de “campanita”. Y se sintieron muy alegres mis compañeros porque el otro equipo ya nos iba ganando y por fin pudimos empatar.

Manuel Ruiz Hernández


Nadie olvida su primer gol. Si lo sabré yo:

Mi primer gol fue cuando tenía diez años. En un torneo yo estaba de delantero, cuando un amigo me dio un pase para gol y yo le di un pase a otro delantero de mi equipo, y él tiró un centro, cuando de pronto, yo brinqué muy alto y le di un cabezaso y el balón rebotó en el travesaño, y el balón llegó de nueva cuenta a mis pies y le pegué lo más duro. Cuando sin darme cuenta había anotado mi primer gol.

José Iglander Sántiz López

Qué significa anotar un gol.

Poemas de José Enrique García*



Repetición


El día termina envejeciendo
y enterrándose, sin dejar nada
como todos.
Y nosotros, habitantes de ese mismo día
lo recibimos en el mismo sitio,
con el mismo traje
y el saludo hecho de antemano.
Tiendo a lo lejos la mirada
busco,
más bien rebusco en derredor,
medito excusas para obviar el día,
trato de volcar la luz sobre la espera,
nada.
El día está como el primero.
Veinte y cuatro horas que levanto
mi brazo y mi palabra
y sólo este poema que termino
recuerdo y reconozco.


El otro


No lejos de mí, en mi persona,
sin escándalo, está naciendo un hombre.
Aquí mismo, en mis testarudos huesos
echa raíces este hombre,
y con la sangre de mi propio barro
se levanta.

Después, lejos de mí,
tomo el cuerpo que alimenté temprano;
se pone mi camisa,
sin permiso toma mis pantalones
y sin permiso también
abre aquella ventana para verse vestido.
Acaba por ponerse mis compañeros zapatos
y echar a andar conmigo y mis vestidos.
Ya muy lejos de mí, oigo cuando se aleja

alegre, muy alegre de saberse nacido...
Espero que se quede con todos mis cansancios.


Uno


Pasa un hombre,
me lleva dos pasos de camino.
Uno viene detrás perdiendo igual distancia.
No sé a cual hablarle,
distantes están de mí
que ya veo inútiles mis voces.
Me detengo,
dejo que me dé alcance el rezagado,
espero que me lleve despacio.

Es tan difícil forzar la compañía
en esta ciudad de tantos espacios ocupados;
que decido volver hecho pedazos
al centro de mi origen.

...
*José Enrique García. Nació en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, el 26 de noviembre de 1948. Poeta, narrador y ensayista.

Farabeauf

En 2005 se cumplieron 40 años de la publicación de Farabeuf, primera novela de Salvador Elizondo (Ciudad de México, 1932-2006), inquietante libro que, al decir de Carlos Fuentes, “no expresa dolor, lo imagina”, porque “el dolor, en principio, no admite palabras, las suprime, es puro grito”. Imaginación del dolor en torno a la sospecha de que en la tortura, en la imagen o fotografía de un cuerpo descuartizado aguarda el reflejo del placer; premonición de que el propio cuerpo, su desnudez, su propia indefensión, no ya la de ese “otro”, puede ser el ámbito en que se reúnan dolor, odio y amor. Puede ser. Habría que recordar la previsión del propio Elizondo: “Buscas en vano. Tu cuerpo será tal vez una pregunta sin respuesta”.
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MAB