Ernest Hemingway
Una tarde calurosa en Padua, lo llevaron hasta la azotea y él pudo observar el pueblo desde el punto más alto. Había vencejos de chimenea en el cielo. Después de un rato oscureció y las luces se encendieron. Los demás bajaron llevándose las botellas con ellos. Él y Luz pudieron escucharlos abajo, en el balcón. Luz se sentó en la cama. Estaba fresca y tranquila en aquella noche calurosa.
Una tarde calurosa en Padua, lo llevaron hasta la azotea y él pudo observar el pueblo desde el punto más alto. Había vencejos de chimenea en el cielo. Después de un rato oscureció y las luces se encendieron. Los demás bajaron llevándose las botellas con ellos. Él y Luz pudieron escucharlos abajo, en el balcón. Luz se sentó en la cama. Estaba fresca y tranquila en aquella noche calurosa.
Luz permaneció en el turno de la noche por tres meses. Ellos estuvieron encantados de dejarla. Cuando le practicaron la cirugía, ella lo preparó para la mesa de operaciones; bromearon sobre “un amigo o un enema”. Él sucumbió a la anestesia cuidándose mucho para no balbucear nada durante ese tonto lapso antes de dormir. Después, al poder utilizar las muletas, él mismo se tomaba la temperatura para que Luz no tuviera que levantarse de la cama. Había sólo algunos pacientes y supieron lo que sucedía. Todos querían a Luz, mientras él caminaba por los pasillos pensando en ella recostada en su cama.
Antes de regresar al frente, fueron a la catedral de Milán y rezaron. Estaba tranquilo y silencioso, había más gente rezando. Querían casarse, pero no había suficiente tiempo para las amonestaciones, además ninguno de ellos tenía certificados. Aún así, sentían como si se hubieran casado, querían que todos lo supieran, hacerlo inolvidable.
Luz le escribió muchas cartas que no recibió sino hasta después del armisticio. Quince llegaron en paquete al lugar, él pudo ordenarlas por fecha y leerlas de una vez. Hablaban de los tiempos en el hospital, de cuánto lo amaba, cómo era imposible estar sin él y qué tan terrible era extrañarlo por la noche.
Después del armisticio, acordaron que él iría a casa a conseguir un trabajo para poder casarse. Luz no vendría con él hasta que tuviera un buen empleo para poder ir a Nueva York con ella. Estaba entendido que él no bebería y que no quería ver a sus amigos ni a nadie en los Estados Unidos. Sólo conseguir un trabajo y casarse. En el tren de Padua–Milán discutieron sobre el deseo de ella de no ir con él de una vez. Cuando tuvieron que decir adiós en la estación de Milán, se dieron un beso de despedida, no había terminado la discusión. Él se sintió molesto por marcharse así.
Él regresó a América en un barco desde Génova. Luz regresó a Pordenone para abrir un hospital. Era un lugar solitario y lluvioso, había un batallón de arditi acuartelado en el pueblo. Viviría en el lodoso y húmedo pueblo para el invierno. El mayor del batallón le hizo el amor. Luz no había conocido a los italianos antes. Finalmente, escribió una carta a los Estados Unidos, lo suyo sólo había sido un romance de juventud. Ella lo lamentaba, sabía que él probablemente no podría entenderlo, aunque tal vez podría perdonarla algún día, agradecerle incluso. Ella pensaba, completa e inesperadamente, casarse para la primavera. Lo amaba como siempre, aún así, se dio cuenta que había sido sólo algo entre jóvenes. Esperaba que tuviera una gran carrera, creía en él. Sabía que era lo mejor.
El mayor no se casó con ella en primavera, ni en otra estación. Luz nunca recibió una respuesta de la carta de Chicago. Tiempo después, él contrajo gonorrea con una chica de ventas de una tienda departamental mientras viajaba en taxi por Lincoln Park.
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Traducción: Lisandro Madrigal Mauríes
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