Luis Martín G. Franco
“Pensé en venir temprano porque tenía la intención de comer en la cafetería de la facultad.”
“Pero no viniste, qué pasó.”
“Nada, me dormí en el metro.”
“Pero si sos un bruto, viste.”
“Y eso qué”, dijo Ezrá desdeñoso, “ por cierto, me encontré a un viejo amigo mío merodeando por Filosofía.”
“Uuummm”, murmuró con desgano Valdivieso.
“Ya es algo mayor, un sobreviviente del holocausto nazi, un filósofo.”
“¿Y eso te sorprende?”
“Te hablo de mi encuentro con él, no de mi admiración por él... Es un amigo que conocí en Nueva York, en Brooklyn.”
“¿Judio?”
“Sí, supongo, se llama Herman..., Herman..., Broder.”
“Uuummm.”
“Me dijo que tenía años con la idea de venir a esta universidad. Dice que está huyendo de sí mismo.”
“Hoy me comí unos tacos de a pesar.”
“Eres como todos los extranjeros de medio pelo, has visto demasiadas películas mexicanas.”
“Pero, oye, te hablo de Broder. Tuve la sensación de que no quería hablar conmigo, creo que con nadie; de hecho me dijo en un ingles muy germano que ‘I flee, flee, do not want any more, cannot any more’, supongo que es un schopenhaueriano sin remedio.”
“Un qué, sin remedio de qué.”
“Nada.”
“Podrías tomar lecciones de karate, ¿no?”
“Qué..., repite lo que digiste.”
“De k-a-r-a-t-e, me escuchás bien, no seas estúpido, apuráte a contentarme que me queda un pucho de tiempo.”
“¿Pucho?”
“No, p-u-t-a, estás en pedo o qué.”
“Karate no, no he pensado en eso, no.”
“¡Qué macana! Sos un pibe.”
“Maldita argentina, te encanta regodearte en tus chingaderas.”
“Pero te verías tan lindo con un karategi. Yo te enseño”, concluyó Valdivieso.
“Déjame lo pienso, luego te digo.”
Ezrá tembló ante la idea de prácticar el karate. ¿Valdivieso lo estaría diciendo en serio? En ese momento Ezrá se olvidó de la “huída” ¿metafísica? de Broder, de la comida en la cafetería, de los tacos de a pesar de Valdivieso; lo único que pasó por su mente fue la imagen, más bien ridícula, de un treintón ataviado con un karategui blanco; sobre todo, jodidamente blanco.
***
“I flee, flee, do not want any more, cannot any more”, repitió Ezrá.
“Pero no viniste, qué pasó.”
“Nada, me dormí en el metro.”
“Pero si sos un bruto, viste.”
“Y eso qué”, dijo Ezrá desdeñoso, “ por cierto, me encontré a un viejo amigo mío merodeando por Filosofía.”
“Uuummm”, murmuró con desgano Valdivieso.
“Ya es algo mayor, un sobreviviente del holocausto nazi, un filósofo.”
“¿Y eso te sorprende?”
“Te hablo de mi encuentro con él, no de mi admiración por él... Es un amigo que conocí en Nueva York, en Brooklyn.”
“¿Judio?”
“Sí, supongo, se llama Herman..., Herman..., Broder.”
“Uuummm.”
“Me dijo que tenía años con la idea de venir a esta universidad. Dice que está huyendo de sí mismo.”
“Hoy me comí unos tacos de a pesar.”
“Eres como todos los extranjeros de medio pelo, has visto demasiadas películas mexicanas.”
“Pero, oye, te hablo de Broder. Tuve la sensación de que no quería hablar conmigo, creo que con nadie; de hecho me dijo en un ingles muy germano que ‘I flee, flee, do not want any more, cannot any more’, supongo que es un schopenhaueriano sin remedio.”
“Un qué, sin remedio de qué.”
“Nada.”
“Podrías tomar lecciones de karate, ¿no?”
“Qué..., repite lo que digiste.”
“De k-a-r-a-t-e, me escuchás bien, no seas estúpido, apuráte a contentarme que me queda un pucho de tiempo.”
“¿Pucho?”
“No, p-u-t-a, estás en pedo o qué.”
“Karate no, no he pensado en eso, no.”
“¡Qué macana! Sos un pibe.”
“Maldita argentina, te encanta regodearte en tus chingaderas.”
“Pero te verías tan lindo con un karategi. Yo te enseño”, concluyó Valdivieso.
“Déjame lo pienso, luego te digo.”
Ezrá tembló ante la idea de prácticar el karate. ¿Valdivieso lo estaría diciendo en serio? En ese momento Ezrá se olvidó de la “huída” ¿metafísica? de Broder, de la comida en la cafetería, de los tacos de a pesar de Valdivieso; lo único que pasó por su mente fue la imagen, más bien ridícula, de un treintón ataviado con un karategui blanco; sobre todo, jodidamente blanco.
***
“I flee, flee, do not want any more, cannot any more”, repitió Ezrá.
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*De Une musique pour Valdivieso, novela.
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