sábado, 23 de febrero de 2008

Qué otra cosa puedo hacer


Luis Ignacio Helguera: sótano y jardín


Mario Alberto Bautista


Cuando muera tendré sótano y jardín
LIH


A casi cinco años de su desaparición, después de releer los libros de poemas publicados en vida de Luis Ignacio Helguera, quedan la duda y la certeza sobre el destino de su obra. La duda respecto a si el tiempo podrá, de forma póstuma, restituir, de algún modo confirmar, la profundidad de una escritura breve quizá, deliberadamente, descuidada, y la certeza de que, en todo caso, ya no importa: los homenajes póstumos tienen siempre mucho más de sombrío que de jubiloso.
Se ha dicho que el arte es particularmente susceptible de expresarse de una forma “indirecta”, queriendo decir algo que está más allá de la superficie, en ámbitos no exentos de profundidad. En un comentario sobre un cuento de Henry James, “La figura en la alfombra”, dice Borges que el relato es, en esencia, un símbolo de la extensa obra de James: todos los elementos de un tapiz, cada trama, cada tonalidad, son importantes porque juntos hacen la figura. Es una bella metáfora de James acerca de sí mismo, de su propio trabajo.
La referencia acerca del escritor norteamericano, sin embargo, no es aplicable solamente a su obra. Se trata como es sabido de un hecho indisociable de la literatura: ésta “funciona” porque quiere decir algo más de lo que se lee a simple vista. Raymond Carver, por caso, dice en conocido relato: “Tienen que comer y seguir adelante. Comer es algo pequeño y bueno en una época como ésta”. Así podemos entender, en esta simple expresión, “comer es algo pequeño y bueno”, que los actos sencillos, las pequeñas cosas, parecen insignificantes cuando son pensadas de forma aislada, pero que al juntarse, minuto a minuto, pedazo a pedazo, forman, parafraseando a Helguera, el rompecabezas de nuestra vida. Y más, todavía: el rompecabezas, como el propio Helguera ha demostrado, no tiene que revelar una imagen triunfal: también existe el dolor, también existen la derrota y el fracaso; pero, de algún modo, la injusticia es necesaria, fatalmente indispensable, para recordarnos nuestro estado frágil y tangible, nuestro estado vivo, en consecuencia. De ahí que surga la pregunta: ¿es derrotista la escritura de Helguera? ¿Son sus poemas un testimonio del fracaso? Sí, quizá, pero se trata de algo más.
Acostumbrados como estamos a permanecer en un ámbito superficial, que no permite adentrarse en lo que se nos ofrece, tendemos a aceptar sin digerir la figura del perdedor. Los perdedores se convierten en antihéroes, y los antihéroes se convierten en los modelos más aceptables, en los mejores amigos, en los consentidos. La razón parece simple pero acaso no lo sea: tomamos lo que nos recuerda a nosotros mismos, a lo que explícita o secretamente deseamos abrazarnos. Y lo que nos signa es el fracaso. No se trata de las hecatombes de las que tanto gustaba Faulkner. No son “problemas del espíritu”, como el norteamericano advirtió, sino bagatelas, medianías, menudencias: piezas del rompecabezas que se manifiestan para señalar que todo “es ya sólo rutina”. Ésta filiación parece consecuencia de lo que Robert Langbaum sostenía: se reconoce lo que apela a nuestros sentimientos: identificación, empatía, una palabra, un concepto cada vez más en desuso: la comprensión del dolor del otro, la compenetración absoluta con su desventura.
Sí, el trabajo de Luis Ignacio Helguera es impresionante por su aparente sencillez. “Aforística”, “condensada”, “depurada”, su compacta obra, después de desaparecido el autor, sigue, sin embargo, resistiéndose a las clasificaciones, a los encasillamientos. En una reseña reciente de Zugswang, último y póstumo libro de poemas, José María Espinasa hace notar, aunque no se opone e incluso deplora la ausencia de la reunión en un único volumen de los poemas de Helguera, lo contraproducente y hasta absurdo que sería afanarse en querer “fijar”, mediante un criterio académico, el total de la obra poética de Helguera, que por lo demás es escasa: sería ir contra un espíritu que se resistió, como ya se dijo, a ser clasificado más allá de un “raro”, de un escritor “parco”, o “atípico”, o “perezoso”.
Tiene razón Espinasa: la obra de Helguera se resiste, e impedir la “fijación de su escritura” nos corresponde a nosotros, sus lectores, mientras, sin estridencias, sin aspavientos, tal escritura fluye, agónica y serena.

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