viernes, 21 de diciembre de 2007

Karategi*


Luis Martín G. Franco

“Pensé en venir temprano porque tenía la intención de comer en la cafetería de la facultad.”
“Pero no viniste, qué pasó.”
“Nada, me dormí en el metro.”
“Pero si sos un bruto, viste.”
“Y eso qué”, dijo Ezrá desdeñoso, “ por cierto, me encontré a un viejo amigo mío merodeando por Filosofía.”
“Uuummm”, murmuró con desgano Valdivieso.
“Ya es algo mayor, un sobreviviente del holocausto nazi, un filósofo.”
“¿Y eso te sorprende?”
“Te hablo de mi encuentro con él, no de mi admiración por él... Es un amigo que conocí en Nueva York, en Brooklyn.”
“¿Judio?”
“Sí, supongo, se llama Herman..., Herman..., Broder.”
“Uuummm.”
“Me dijo que tenía años con la idea de venir a esta universidad. Dice que está huyendo de sí mismo.”
“Hoy me comí unos tacos de a pesar.”
“Eres como todos los extranjeros de medio pelo, has visto demasiadas películas mexicanas.”
“Pero, oye, te hablo de Broder. Tuve la sensación de que no quería hablar conmigo, creo que con nadie; de hecho me dijo en un ingles muy germano que ‘I flee, flee, do not want any more, cannot any more’, supongo que es un schopenhaueriano sin remedio.”
“Un qué, sin remedio de qué.”
“Nada.”
“Podrías tomar lecciones de karate, ¿no?”
“Qué..., repite lo que digiste.”
“De k-a-r-a-t-e, me escuchás bien, no seas estúpido, apuráte a contentarme que me queda un pucho de tiempo.”
“¿Pucho?”
“No, p-u-t-a, estás en pedo o qué.”
“Karate no, no he pensado en eso, no.”
“¡Qué macana! Sos un pibe.”
“Maldita argentina, te encanta regodearte en tus chingaderas.”
“Pero te verías tan lindo con un karategi. Yo te enseño”, concluyó Valdivieso.
“Déjame lo pienso, luego te digo.”
Ezrá tembló ante la idea de prácticar el karate. ¿Valdivieso lo estaría diciendo en serio? En ese momento Ezrá se olvidó de la “huída” ¿metafísica? de Broder, de la comida en la cafetería, de los tacos de a pesar de Valdivieso; lo único que pasó por su mente fue la imagen, más bien ridícula, de un treintón ataviado con un karategui blanco; sobre todo, jodidamente blanco.

***
“I flee, flee, do not want any more, cannot any more”, repitió Ezrá.
---
*De Une musique pour Valdivieso, novela.

Hacer nada

A propósito de Borges

Raúl Vázquez Espinosa

Para no diagnosticar de mala gana aquel verso que en boca del doctor Francisco Laprida escribó Borges: “Yo que ahnelé ser otro”, me abstendré de comentario alguno. Más me combiene abjurar de tal diagnóstico mientras pueda huir de sus fronteras. Mis razones tengo para no hablar de los versos borgeanos, sino en otra requerida ocasión; sin soslayar que Borges alguna vez escribió en tinta de Gaspar Camerarius: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach.” Palabras más, palabras menos.

La ideología en la obra de arte



Alejandro Aldana Sellschopp

Empezaremos tratando de saber qué es la ideología. Sin extendernos en el intento de definición, diremos que el término fue acuñado por el filósofo Antoine Destutt de Tracy, cuyo significado se orienta a un amplio sistema de conceptos y creencias, muchas veces (pero no necesariamente) de naturaleza política, que defiende un grupo o un individuo. Sin embargo, con el paso del tiempo el significado ha cambiado y el concepto moderno nace con los escritos de Karl Marx, quien apuntaba que las ideologías eran sistemas teóricos erróneos formados por conceptos políticos, sociales y morales; es decir, no lo limita a una esfera puramente política.
Expresado así, es necesario decir que quitarle a la obra de arte su contenido ideológico, es imposible, casi absurdo. Toda obra de arte contiene elementos ideológicos (las ideas del autor, de su tiempo, de su clase). Lo que no se puede afirmar es que la obra sea UNA ideología; el arte forma parte de una superestructura; por ello, tiene relaciones con la ideología, conlleva un contenido ideológico. Se dice que la obra de gran estilo tiene frecuentemente el contenido ideológico más rico, pues representa en una forma sensible una idea del mundo. En el Manifiesto Comunista (1892) se lee en el prefacio de Engles para la edición italiana: “ Dante, último poeta de la edad media, primer poeta del mundo nuevo, expone una concepción teológica (ideológica) ya superada.”
Toda obra se hace con, por un lado, el realismo (“”) y, sobre todo, con lo imaginario; pues bien, este elemento imaginario forma parte del contenido ideológico; cuando una cultura ha desaparecido y con ella su idea del mundo (cósmovision), se recurre muchas de las veces a sus productos artísticos para su conocimiento.
Se debe decir que las obras “puramente” estéticas tuvieron un sentido político muy preciso, por ejemplo: Virgilio o el teatro Isabelino, aquí cabría el estudio del desplazamiento de la relación estética.
José Revueltas hace un análisis muy interesante al respecto, dice que “en primer lugar el arte pertenece a la ideología, y en segundo lugar, porque, consecuentemente, toda obra de arte refleja, en mayor o menor grado, (bien en la forma o bien en el contenido), los rasgos esenciales del contexto histórico dentro del cual fue creada (y esto implica ya, en sí mismo, un existir dentro de la ideología de la época)”.
Querer decir que la obra de arte está exenta de ideología, es como decir que es ahistórica, lo cual es otra aberración.
Por ejemplo una parte de Romeo y Julieta:

Es tan sólo tu nombre mi enemigo,
Tú fueras tú, Montesco o no Montesco.
¿Qué es Montesco?, decid. Ni pie, ni mano,
ni brazo, ni semblante, parte alguna
que al hombre pertenezca. ¡Cambia el nombre!
¿Qué hay en un nombre? La que rosa llamo,
tendrá, bajo otro nombre, dulce aroma:
Romeo, sin llamarse Romeo,
Tendrá la cara perfección que debe
Sin tal dictado. ¡Quita, pues, tu nombre,
Y, a cambio de ese nombre, nada tuyo,
Tómame a mí!


La riqueza ideológica la puede leer hasta un topo, lo que revela el tratamiento de Shakespeare, el artificio creador (donde muchas de las veces está la orientación ideológica), es elevar lo trágico del argumento a un alto nivel ideológico.
Sin embargo, hay lectores que se empeñan en no querer ver la ideología en obras realmente ideológicas, en este momento recuerdo la carta publicada en el Nacional del 11 de junio de 1950, escrita por Antonio Rodríguez en contra del Cuadrante de la Soledad de José Revueltas, algunos fragmentos son realmente estúpidos, dicen así: “Ambos (Sartre y Revueltas) son producto de la misma descomposición social; de la misma podredumbre, de la misma falta de fe en el hombre, que es, al fin y al cabo, la falta de fe en sí mismo. Ambos sirven la misma causa. Los dos son siervos del mismo amo”.
Luego arremete. “De hoy en adelante, el apellido Revueltas no es uno. Silvestre, el músico, es el Revueltas del pueblo, que el pueblo recordará como uno de sus verdaderos defensores y amigos. Pepe, el escritor, es el Revueltas de la parte más corrompida de la sociedad. La odia, pero en el fondo intenta desarmar a los que luchan contra ella”.
Muy probablemente estas sean las líneas más injuriosas y absurdas que se escribieron del gran José Revueltas.
Veamos lo siguiente: Camus apunta: “Así como no hay nihilismo que no termine suponiendo un valor, ni materialismo que, al pensarse a sí mismo, no termine contradiciéndose, así también el arte formal y el arte realista son nociones absurdas”, agrego que tampoco hay arte puro, pues siempre contiene por débil que sea una ideología. Lo “puro” puede carecer de significados, pero le llega su límite, pues si no deja de ser arte. Sigue Camus: “Hasta la geometría pura en que termina a veces la pintura abstracta exige también al mundo exterior su color y sus relaciones de perspectiva. Lo verdaderamente puro es el silencio”. Lo imaginario puro no existe y, aún si existiera no seria arte (significación artística), ya que la primera exigencia es que sea comunicable.

Poemas de En-na Krite

I

Pareciera como si el balcón
fuera toda la vida
gestada por esas personas,
totalmente aparte de la originalidad.

Toda la vida de esas personas ilusas
se desparrama igual que la mierda de las palomas.


II

¿Para qué escribo? ¿Por qué no cambio mi personalidad?
Hay fantasmas, focas, momias, robots, afuera, gente podrida.
Soy la única fruta sin gusanos.
Decir perra o hija de perra es un halago. Yo quisiera fuera
verdad ser hija de perra y gracias a Pasteur no morir de
rabia.


III

Fulano de tal está más dormido
que la calca de la falla
de san Andrés.

Funcionario del epicentro sur,
ha sido huracán del equinoccio
vespertino.

He sido la fe de errata.

Headhunters, de Alberto Vital



Mario Alberto Bautista

En una de sus más recientes reseñas, dedicada en su conjunto a las autobiografías de Günter Grass y Joachim Fest, dice Alberto Vital de ambos escritores: “Un par de discrepancias los alejan: el estilo en la prosa y el ritmo y la ordenación de los hechos según vaya funcionando la memoria”. Con las debidas reservas y ajustes, se puede hacer la misma apreciación de Vital: las dos vertientes de su escritura, la académica y la literaria, discrepan y, en su estilo, parecen más lejanas que próximas. Así lo demuestra Headhunters (El viejo pozo-Instituto de Cultura de Yucatán, 2003), amenísima novela comentada en estas páginas con más retraso que presteza.
No se menosprecia la muy estimable carrera de Vital como estudioso, a la sazón y entre otras cosas, de las figuras de Juan Rulfo y Victoriano Salado Álvarez; se quiere decir, sin embargo, que en la novela que ocupa estas líneas se aprecia con claridad un “estilo distinto”: la mordacidad de la ironía como expresión, solapada, que se funda “en experiencias que son del dominio público y en personas que han ocupado un sitio en la vida de México”. Una narrativa, pues, nada bisoña (como prueba están las tres novelas que anteceden a Headhunters), pero sí de “frases muy densas y muy cargadas de intenciones”.

martes, 18 de diciembre de 2007

El historicismo de Nicol y O'Gorman

William Ibarra


El presente trabajo tiene como propósito el estudio comparativo entre las propuestas historicistas de Eduardo Nicol en el texto La crítica de la razón: Historicismo, de un lado y, de Edmundo O’Gorman y La teoría de la historia en México, por otro.

Para efecto de lo anterior, partiré de las siguientes consideraciones en cada uno de los autores: Con Nicol abordaré su idea de la historia y la definición hecha de ciencias del espíritu; en O’Gorman me centraré en su idea de la historia y la relación hecha por él entre historia y vida.

Nicol parte de los principios filosóficos trazados por Dilthey y ahonda en ellos, primero desde una perspectiva crítica y posteriormente argumentando nuevas consideraciones al pensamiento diltheyniano, robusteciendo así el cuerpo teórico y mostrando a un tiempo la idea de historia que desarrolla a lo largo del texto.

Tomando en cuenta las consideraciones anteriores, Nicol percibe a la historia como un conjunto de realidades humanas espirituales, las cuales a su vez son conscientes de sí mismas. Empero, reconoce que en la teoría diltheyniana no ha habido consideración hacia el ser.

Asimismo, la historia es un proceso integrante de un todo—la totalidad de la actividad humana—, es dinámica y es considerada más que como una sucesión de hechos con sus respectivas interconexiones, como una entidad misma, un ser real y consciente no sólo de sí mismo, sino de una temporalidad que le permite siempre estar en la capacidad de primero conocer, y luego coordinar su existencia.

Dicha temporalidad está vinculada con el presente y para efecto de conocerse parte del principio de historicismo, por el cual explica un hecho a partir de su desarrollo, sus antecedentes, las circunstancias en las que éste se conforma y se inserta en el plano actual, entonces, el pasado sirve de herramienta exploratoria y explicativa del entorno mismo.


“También la historia tiene su mecánica propia. No basta comprobar que la vida es libertad creadora, y que cada situación histórica añade algo nuevo a las anteriores. Hay que explicar de qué manera se articula este proceso”.



Durante el texto, la denominación de ciencias del espíritu corresponde a las llamadas ciencias humanas, y éstas se diferencian de las ciencias naturales, como es sabido, tanto por su método como por su objeto de estudio. Sin embargo, ello no quiere decir que ambas no sean ciencias históricas, o que sólo una de ellas pueda ostentar este título. Si se considera que la historia misma es actividad humana, las ciencias por ser también humanas, son parte integrante de la historia.


“Hay una sola razón, que es la humana; no hay una razón específica de la ciencia natural, y otra razón para la ciencia del espíritu. La distinción entre estas dos ciencias ha de hacerse por el objeto y por el método”.


Más adelante Nicol ahonda en este apartado y sentencia:


“también las ciencias naturales son históricas. Lo son no porque hayan evolucionado en un sentido de progresiva acumulación y perfección del saber, sino porque es histórico el instrumento de que ellas se valen. La razón pura o científica es la razón histórica la misma que produce matemáticas o poesía, jurisprudencia y novela, lógica y psicología. La variedad de sus creaciones y de sus modos históricos no excluye, sino que explica su unidad fundamental. Y esta unidad, a su vez, se explica porque la razón es un constitutivo del ser del hombre”.


Finalmente, respecto a las estructuras sociales históricas, Nicol piensa que dichas estructuras son tan individuales como los sujetos humanos, pero a diferencia de Dilthey, no piensa en la individualidad como elemento constitutivo de la sociedad y la historia, pues ésta está constituida mucho antes que el hombre se forme como individuo, y es partir de la interacción entre ambos elementos cuando pueden hacerse característicos determinado espacio y tiempo histórico.


“… la individualización es un resultado lento de la evolución histórica de la comunidad. El hombre puede acaso manifestarse como unidad elemental ante nuestro análisis abstracto; pero el análisis histórico, que debe ser concreto, nos lo presenta en cada época con caracteres distintos, de mayor o menos individuación, y son estos rasgos precisamente los que permiten caracterizar a la época misma: la relación del hombre con la comunidad determina el tipo de instituciones e incluso el estilo histórico de sus creaciones espirituales”.


En lo referente a Edmundo O’Gorman, su concepción de la historia no es muy diferente de la de Nicol, insiste en que ésta no es un mero encadenamiento de hechos, pero tampoco es ella misma un hecho como tal, y sin duda tendría el carácter de histórico, pero no se limita a ser considerada como un hecho, o la sucesión de éstos. Como Nicol, piensa en que la finalidad de la vida consciente al asimilar su pasado, sirve como guía de acción para el futuro, la cual después de todo puede identificarse como una finalidad didáctica de la historia. Asimismo insiste en la intencionalidad del acontecer como fundamento del carácter histórico y por lo tanto también le dota significación.


“… desde nuestro punto de vista se puede contestar que es el acontecer que lógicamente supone como anterior la operación constitutiva de los hechos históricos propiamente dichos. Si constituir un hecho histórico es dotar de sentido a un acontecer mediante la atribución de una intencionalidad, ese acontecer es lo histórico, el acontecer previo al hecho, y respecto al cual solamente podemos decir que, cuando queda dotado de sentido, es en la forma y manera del ser del hecho histórico”.


En cuanto a la relación entre historia y vida, O’ Gorman resalta la importancia de la historiografía, la búsqueda de la verdad como función de la vida. Para el autor, la relación entre estos dos elementos está dada en la sucesión de hechos y la perspectiva historicista que se aplique para su entendimiento, no dotando a la sucesión como la historia misma, o como un conjunto de hechos que hablan por sí mismo y por el hecho de ser pretéritos son históricos, sino que por medio de la historiografía pueden hacerse inteligibles y servir al hombre.

“Vemos, pues, que el conocimiento historiográfico es la manera de actuar el pasado de la exigencias del presente, es decir, una operación que consiste en poner al pasado al servicio de la vida”.

Posteriormente a la relación entre la vida humana y el uso de la historia como medio de aprender la realidad, el autor aplica el término Vida al propio saber histórico y afirma lo siguiente:


“historia, pues, no es ni la suma de los hechos históricos, ni la sucesión de los mismos, ni ambas cosas. Es algo anterior a todo eso; pero posibilidad de, precisamente, eso. Vida, en suma, que así vive su peculiaridad de ser vida consciente de si misma, pero que, no por eso, sabe lo que sea ese vivir”.

Personalmente, considero que ambos textos resultan complementarios, por una parte Nicol ahonda en las consideraciones del medio y el individuo como medio para entender la actividad humana—la historia dentro de ella--, la razón es propia del hombre y es regidora asimismo de toda su actividad y por tanto la categoría de ciencia del espíritu es correspondiente a la propia historia, los mismo que las ciencias naturales, a pesar de su distinción; por otra parte, O’ Gorman platea la intencionalidad en un hecho y su posterior ejecución partiendo de ésta, como determinante de que un hecho sea histórico, con ello no podrán atribuirse calificativos fuera de lugar o anacrónicos a un hecho, tal como lo demuestra su tesis de la invención de América. Asimismo, también aborda la función didáctica de la historia en la vida y la consideración de ella misma como tal.


Bibliografía


Nicol, Eduardo, La crítica de la razón: Historicismo.

O’Gorman, Edmundo, La teoría de la historia en México.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Hacer nada

Raúl Vázquez Espinosa

Hablar de la poesía es caer en el terreno de lo problemático. Es decir, si se me permite la expresión un tanto kitsch, la poesía es indefinible; ya que como dijo W. H. Auden: “Poetry makes nothing happen”. Si la poesía hace que nada suceda, cómo la definimos. Hacer nada es una práctica que no permite una especulación que lleve a buen puerto. La mera enunciación de lo poético como algo que no hace nada es sólo una aporía desquiciante. Que por otro lado, es irrebatible en su formulación. La poesía no es definible o no se puede limitar a los márgenes de una definición.

La poesía únicamente se hace. Por eso no hay definición posible. Más allá de esencialismos poéticos, para entender a la poesía no es menester formular una pregunta que indague sobre su concepto; la cuestión viene dada desde la propia creación poética: es —sin que pretenda definirla— un hacer que se desarrolla en los linderos de la expresión y la forma.

La poesía resulta una inflexión misteriosa: es hacer o un saber hacer nada; nada más (si esto se entiende como una definición, pues, qué bueno). Nada, digo, hacer nada. Ahí es donde el preguntar por la poesía se tuerce en su aviso con la carencia de toda significación.

***

Pero me no me resisto a las definiciones.

Octavio Paz escribió que la poesía es tiempo. Ahora bien, si para algunas teorías físicas de la actualidad el tiempo no es ni cíclico, ni lineal, ni espiral, sino que sólo “es” (Cf. Paul Davis. “La flecha del tiempo”, en: Investigación y ciencia. No. 314. Noviembre 2002), entonces la poesía estaría enfrascada en ese verbo sustantivado. Siguiendo el “concepto” de Octavio Paz, la poesía vendría a significar una “magnitud que mide la duración o separación de las cosas sujetas a cambio” (véase “Tiempo” en Wikipedia). Asimismo, el germano Wolfgang Kaiser en su clásico libro Interpretación y análisis de la obra literaria, dijo que el ritmo poético “está ligado al tiempo como a su horizonte más vasto”; a la sazón, poesía es “la pauta de repetición a intervalos regulares y en ciertas ocasiones irregulares de sonidos fuertes y débiles” (ibídem). La poesía es, veamos… ¿ritmo? ¿Hacer ritmo?

Poemas de Edgar Lee Masters

Antología de Spoon River



Tom Merritt


Al principio sospeché algo…
ella actuó tranquila y distraída.
Y un día oí en la puerta de atrás un portazo
cuando yo entraba por la puerta del frente.
Lo vi deslizarse
detrás del lugar donde se ahúma
hacia el lote para encontrar
el campo abierto.
Y pensé en matarlo a primera vista,
pero ese día, andando cerca del Cuarto Puente,
sin un palo o una piedra al alcance de la mano,
de repente yo lo vi estar de pie,
asustando a la muerte, sosteniendo sus conejos,
y todo lo que pude decir fue, “no lo haga, no lo haga, no lo haga,”
pero él apuntó y disparó a mi corazón.



***


Sra. Merritt

Silenciosa ante el jurado,
no devolviendo ninguna palabra al juez
cuando él me preguntó si yo no tenía
algo para decir en contra de la sentencia,
negué sacudiendo la cabeza.
¿Qué podría yo decir a la gente
que pensó que una mujer de treinta y cinco años
tenía la culpa de que su amante de diecinueve matará a su marido?
Incluso aunque ella le hubiera dicho una y otra vez,
“Márchese, Elmer, váyase lejos,
he trastornado su cerebro con el regalo de mi cuerpo:
usted hará alguna cosa terrible.”
Y tal como temí, él mató a mi marido;
con lo cual yo no tuve nada que ver, ¡ante de Dios!
¡Silenciosa durante treinta años en prisión!
Y las puertas de hierro de Joliet
se balancearon para los grises y silenciosos carceleros
que me sacaron en un ataúd.


***



Elmer Karr

Sólo el amor de Dios pudo ablandar y hacer misericordiosa
a la gente de Río de Cuchara (Spoon River)
hacia mí que ofendí la cama de Thomas Merritt y lo asesiné.
¡Ah, corazones que me recogieron otra vez
cuando volví de catorce años en la prisión!
¡Ah, las manos que en la iglesia me recibieron,
y oyó con lágrimas mi confesión penitente,
que tomó el sacramento del pan y el vino!
Arrepiéntase, vosotros los que viven, y descansen con Jesús.



Versión: Raúl Vázquez Espinosa

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«¿Por qué se le sentencia a la Señora de Merritt a treinta años de prisión cuando a su amante quien no sólo “ofendió” la cama de Thomas Merritt, sino que lo asesinó también― sólo le dan catorce?»

«Spoon River es, en fin, un microcosmos que congela la historia de una país en un instante. Atina o, más bien, pone el dedo en la llaga de Estados Unidos. Lo descubre, lo revela es su esplendor y en su oscuridad; en su grandeza y en su tragedia.»

Sandro Cohen (“Prólogo” contenido en Antología de la Antología de Spoon River. Material de Lectura. UNAM. México. S/F.)

Uno de Coetzee


Servando Becerra

No sé qué decir. No tengo palabras. Tal vez un monosílabo, un…, no sé…, chiste… Pero no es el lugar, no el espacio; pienso, mejor hablaré de un libro que todavía no termino de leer, pero que me tiene atrapado, mezquinamente por cierto. Si algo me importa poco son las lecturas, los autores, los libros, los muchos libros. No son más que ideas de otros, que normalmente ni siquiera hago mías (Schopenhauer asiente con su voluntariosa testa). Coetzee es un escritor al que uno se acerca sin buscar atajos. Sus libros no son narrativas de fingida erudición histórica, ni sesudos vericuetos rococó, ni, qué diré, una escritura que resulte un viaje al furor de la literatura. Ahora bien, ya en materia, habría que decir que el libro Contra la censura (último de ensayos de Coetzee), no es una joya del pensamiento crítico, no; más bien es una especie de gozne. La cesura, ese mal de todos los tiempos, piedra de toque, marco de referencia ético de muchos titerillos de la democracia. Coetzee escribió este libro en una reacción contra el silenciamiento. Acto, por otro lado, muy socorrido por los amos del mundo. Silenciar. La censura “es un fenómeno que pertenece a la vida pública” escribe el autor. Ni qué decir. Léanlo. Presumo lo harán o ya lo hicieron. Disfruten de un tope contra los propios silencios, los siempre presentes silencios. Y si no, no creo que importe mucho, al fin de cuenta siempre callamos.