sábado, 29 de marzo de 2008

A falta de colaboradores


Un santo de carne y hueso

Rudy Maza

“¡Lucharán de dos a tres caídas sin límite de tiempo! ¡En esta esquina…!” Sentados en el suelo escuchábamos por la radio, muy atentos, las extraordinarias peleas de lucha libre entre los mejores héroes del ring. Existían peleadores altos y fornidos, flacos y gordos, rudos y técnicos: Black Shadow, Blue Demon, El Tarzan López, El Huracán Ramírez y otros más, pero nadie era tan espectacular. Su nombre lo decía todo: “Santo, el Enmascarado de Plata”: el único que no sólo se enfrentaba con luchadores en el cuadrilátero, pues también lo hacía con malhechores y asesinos en aquellas películas en blanco y negro; también combatía contra seres de ultratumba, contra vampiros y monstruos.

Así recordaba a ese personaje, héroe de mil historias, que no era un súper héroe ficticio como Superman o Batman, sino un tipo que veíamos por la televisión o de quien nos contaban sus múltiples peleas en la Arena Coliseo en la ciudad de México, y al que se veía conducir a altas velocidades un Jaguar convertible. Santo no sólo era eso, sino también el protagonista de la revista Santo, el Enmascarado de Plata, que editaba José G. Cruz, una revista en color sepia y donde siempre el Santo resultaba triunfador contra el demonio, apareciendo en el último recuadro de la revista con una luz proviniendo del cielo depositándose en su cabeza, como si se tratara de un iluminado.

Una mañana aparecieron en las calles de la ciudad pasquines con la noticia de una caravana de luchadores que llegarían al Cine Coliseo, que era el lugar donde se efectuaban las peleas de lucha libre y box.

Todo era expectación el día que llegó. Las grandes colas en la taquilla confirmaban que sería un éxito rotundo. Mi tío se había adelantado a comprar los boletos desde muy temprana hora y cuando los tuvo en las manos nos apresuramos a entrar a la sala del cine. Era un cine de forma ovoidal, extraño pues, para ver una película, los espectadores de los costados tenían que volver la cabeza de lado constantemente, cosa que resultaba fastidiosa. Posiblemente el edificio no fue hecho para sala de cine, mas bien era propicio para cancha de basquetbol. Nos sentamos en una zona donde los luchadores entraban y salían, de tal manera que estaríamos presenciando de cerca a nuestros ídolos del ring.

En la primera reyerta, se trenzaron materialmente en una lucha de tres contra tres el Espanto I, II Y III, contra las Momias de Guanajuato. Volaron sillas, cojines, sangre y mentadas contra los tres rudos que fueron los ganadores de la contienda dejando al público excitado, deseoso de ver la siguiente lucha en la que reaparecía uno de los más rudos de la lucha libre: El Médico Asesino, contra un enorme peleador de piel negra de nombre Dorrel Dixon. La pelea empezó y el público exaltado le pedía al Médico Asesino que le aplicara las “carótidas”, movimiento que consistía en presionar los trapecios y de esta manera adormilar al contrincante para poder vencerlo fácilmente; la noche pasó rápida entre gritos y aplausos, todo era emoción hasta llegar al momento esperado.

Se hizo un espacio de silencio para esperar a la estrella, la gente empezó de nuevo a impacientarse mientras más tardaban en aparecer los siguientes contendientes, el público empezó a exigir que se continuara o se devolvieran las entradas. Nuevamente subió el anunciador y con una desaliñada pero potente voz exclamó, haciendo alarde de ésta: “¡Lucharán de dos a tres caídas sin limite de tiempo! ¡En esta esquina, de 78 kilos, 300 gramos, el luchador más rudo de todo el continente americano: Cuasimodo!” El público gritó y rechifló en contra de este luchador que ostentaba una gran musculatura y cabeza calva que hacían que se viera terrible y malévolo; una pequeña joroba le resaltaba en la parte posterior de la cabeza. Subió con rostro de pocos amigos, retando al público con señas groseras. La multitud le respondió con improperios que a muchos le resultaban graciosos. El anunciante gritó de nuevo: “¡Y en la esquina contraria, de 70 kilos, 500 gramos, el ídolo de México: Saaaanto, el Enmascarado de Plata!” El público aplaudió fuertemente gritando alabanzas y hurras a favor del plateado luchador que subía con gran vigor al cuadrilátero luciendo una preciosa capa plateada con el interior escarlata. Todos los niños que estábamos ahí nos quedamos perplejos viendo, como si fuera un sueño, al extraordinario ídolo.

No dábamos crédito: teníamos ante nuestros ojos a el Santo, al héroe de películas, cuentos y revistas, a aquel personaje que había enfrentado momias y vampiros, que peleaba con veinte malhechores y siempre salía ileso. El Santo levantó los brazos para saludar cuando de pronto una silla de madera se le incrustó en la espalda provocando que se fuera de bruces. Cuasimodo había comenzado la pelea. El público encolerizado protestó enérgicamente al réferi alegando una falta indiscutible, el tercero en el cuadrilátero ayudaba a el Santo a ponerse de pie, de pronto este se levantó rápidamente y quitándose la capa se enfrentó a Cuasimodo y, tomándolo de un brazo, lo jaló para estrellarlo en las cuerdas para al rebotar esperarlo con fuerte golpe en el pecho. Cuasimodo se fue de espalda hasta la lona, rápidamente Santo se subió a las cuerdas y con increíble destreza se lanzó cayendo encima del fornido luchador rudo, aplicándole una de sus mejores llaves: la “alejandrina”. El réferi rápidamente se tiró al suelo y después de tres palmadas en la lona le levantó la mano a Santo que así ganaba la primera caída.

En la segunda caída los luchadores combatieron fuertemente pero en un descuido de Santo, el luchador rudo sacó de sus ropas la mitad de un limón y, sin que el plateado pudiera evitarlo, se lo frotó en los ojos dejándolo ciego momentáneamente para así golpearlo a diestra y siniestra. La gente volvió a protestar al réferi más enérgicamente y de pie: “¡Referí vendido, te dio dinero ese pinché pelón!” Cuasimodo levantando los brazos arremetió con toda su humanidad contra el Enmascarado de Plata, propinando un fuerte golpe en la espalda, que hizo que se diera de frente en la lona y quedara inmóvil a mitad del cuadrilátero. El réferi presuroso volvió a tirarse a la lona y golpeando tres veces el piso se paró para levantarle la mano al descabellado luchador.

La tercera caída daba comienzo. Santo con rapidez aplicó un fuerte candado a Cuasimodo para incrustarlo en uno de los postes de la esquina. El enmascarado subió a la tercera cuerda y, volando prácticamente, le dio un fuerte tope en el pecho a Cuasimodo. El público se puso de pie para aplaudir el fabuloso lanzamiento. El plateado agradecía con las manos arriba, cuando nos dimos cuenta que Cuasimodo se incorporaba y con la cara encolerizada, avanzaba hacia el Santo. “¡Cuidado Santo!”, gritamos varios, pero era demasiado tarde: Cuasimodo había tomado de los pies al enmascarado y lo hizo caer. Cuasimodo aprovechó para darle una infinidad de patadas y luego tomó con las manos la cabeza de Santo y la golpeó contra el suelo. “¡Lo está matando pinche Glostora!”, gritó fuertemente uno del público al réferi que no intervenía en esa masacre.

Pensé que Santo no podría levantarse más después de aquella golpiza, que sería su fin, pero eso no podía ser: Santo era invencible. Nunca imaginé en ese tiempo que todo era mentira, que los luchadores actuaban como si fuera una obra de teatro bien montada. Un espectador le lanzó a Cuasimodo una botella de cerveza dándole en la calva y provocándole una herida que de inmediato sangró. El réferi al darse cuenta de inmediato corrió por una toalla y se la puso en la parte posterior de la cabeza para detener la hemorragia. Santo se había incorporado. Cuasimodo al darse cuenta tiró la toalla y se abalanzó contra él, y la pelea continuó varios minutos más, pero Santo le aplicó una llave que no podría quitarse jamás, venciéndolo en la tercera caída y ganando la pelea.

El público subió al cuadrilátero para pasear al triunfador en hombros por toda la arena y llevarlo después a la calle. Corrieron con el Santo en hombros, pero cuando se encontraban cerca de donde yo estaba no se dieron cuenta del tubo protector que rodeaba el ring y al detenerse bruscamente, el Enmascarado de Plata salió volando por los aires y, ni con toda su experiencia, pudo evitar caer de rodillas en el suelo para no darse un golpe ni que el protector de sus rodilleras se rompiera y comenzara a sangrar. “¡Suéltenme hijos de la chingada, ya me dieron en la madre pinches chiapanecos!”, gritó el luchador. Me quedé sorprendido al ver al legendario Enmascarado de Plata sangrando de las rodillas y con voz aguardentosa mentarle la madre a sus seguidores que lo veían asombrados. Todas las buenas imágenes de mi ídolo se borraban, me daba cuenta, o tal vez me empezaba a dar cuenta, que el enmascarado no era más que un Santo de carne y hueso.

Bitácora del andasolo


Balam Rodrigo

[esbozo de un poema apócrifo escrito en papel de estraza entre frontera # 158 , colonia roma , y una fonda de caldos en la colonia doctores , año de Dios del dos mil dos o dos mil tres]*

Para los habitantes de la “López Mérida”: Don Leonel (mi tío),
Leonel Arturo (el “Chino”), Don Manfredo y Leoncio


[...] estoy el cuerpo en frontera # 158 , col. roma ,
sastrería “ lópez mérida ” , atrincherados la nostalgia
y el terco corazón entre las viejas y las nuevas telas ,
sitiado por pedazos de sombra zurcidos a los ojos
con hilos de nostalgia y agujas de silencio ;
la greda pinta su raya en el casimir de la memoria
y la cinta métrica mide los latidos junto a la escuadra
que tiene esquinas pero no manzanas ;
los afilados dedos de mi tío , don leonel , trabajan
y zurcen los lienzos del relámpago y su trueno
que tarda siglos en aquietarse en los oídos ;
“ está lloviendo ” , le digo , y , “ huele a tierra mojada ”
— adelanto mi empolvada lengua sobre la mesa — ;
respira hondo don leonel , que pétreo y arcano
me responde : “ aquí la ciudad no huele a tierra ,
aquí la lluvia y la vida son la gran diabla y apestan
las muy mierdas ” ; más allá del banco atermitado
en el que monto y trato de domar los númenes
que la tarde exprime desde el sucio trapo de las nubes ,
cifro con lápiz las medidas de la palabra que se yergue
al fondo de las máquinas para hacer con ella un traje vivo
a la medida de la voz , hoja que es toda andrajos ya ;
y así , cosida a los orines que arrastran las aguas
por grietas y banquetas , rompo mi lengua en esquirlas
y remiendo mis labios para que no se escape más ;
y aquí , y sólo aquí , en estas cuatro paredes del taller
que hacen al mundo — poliédrico y anguloso
como la calle , entraña abierta que deja su inmundicia
a la intemperie — escribo para solaz de ángeles
y pájaros ahogados ; no bien tose don manfredo
— el sastre maestro — y levanta los ojos ya gastados
por el ir y venir desde la tela de los pensamientos
que giran sobre su casa en tacubaya , hasta volver
a las fauces de la roma , y dice , revirando la voz
por un momento : “ aquí zurcimos hoyos , cosemos luz
y trabajamos hasta que el sol — botón de argento vivo —
se mete en los ojales de la muerte y el insomnio ” ;
alfil parapetado atrás del muro de la “ singer ” ,
y en tanto apura valencianas e invisibles puntadas ,
( h ) ojea y espeta leoncio : “ la revista claroscuro
publica buenas fotos en negro y blanco ” ( sé yo
cuando le miro que ha cortado con la risa
un par de íconos que guarda entre las telas ) ;
aquí jamás ha estado el sur tan más cercano y más
dentro de los ojos : en la pared palpita un almanaque
chapín que nota al pie nos dice : impreso en la ciudad
de tecún umán , guatemala , c. a. ; sobre la mesa
un cadáver inglés muy casimir revela senda postal
del lago atitlán y sus cántaros azules ; ( el rumor
de la frontera y su garganta extranjera nos susurran
al oído la más saudosa voz : sololá ) ; aletea de bruces
la lengua de mi tío : “ oí vos pelón , el santo de esquipulas
lo cura todo , deberías de ir ” ; y yo escribo en el aire :
locura todo , mientras recuerdo los rezos y murmullos :
“ caldo de zopilote para los locos , lagañas de perro
para ver los espíritus del otro mundo , pezuñas
de tepezcuintle pa’l mal de parto y pa’ las muinas ”
;
luego la sastre voz de quien ha sido peregrino
en esquipulas : “ allá tenés que hilvanar mucho camino ” ,
y , “ es muy buenísimo el tan santo , aunque muy agrio
es el tal peregrinar ” ; enhebro las venas y la sangre
a través del ojo de la aguja por el que pasa esta ciudad
y sus historias , y atiza otras lenguas don leonel :
javier solís era vecino nuestro , vivía a la vuelta
de la casa en tacubaya y no lo soltábamos
hasta que nos cantaba ésa canción ( y silba y tararea :
payaso , soy un triste ... ” ) con él fuimos bolos
varias veces , y ya ensalmados con su voz , caíamos
al abismo de los tragos y dormíamos en las banquetas
al igual que pájaros entre las ramas que columpia
el viento ” ; guardo esa voz y el índigo alfabeto
de mi tío : y sé que aquí todos somos dos o tres
o cuatro o más tristes payasos cantando en un anfiteatro
en el que hablamos cadáveres de una patria ya muerta
y lejana ; languidece el día y yo anhelo mi “ cama ” :
resortes de cartón que esperan la enésima caída
de mis huesos en la esquina del taller y buscan envolver
mi cuerpo entre sábanas de sueño y celulosa ;
“ en este colchón han pernoctado varios famosos
a quienes el suelo no incomoda ” ; se despiden leoncio
y don manfredo mientras el manto de la noche
se desteje : me alcanza don leonel con tres pedazos
de aire engastados : “ bajá la cortina ” , y , luego
de un hachazo de respiros , “ en tapachula jugaba
el gran « poeta de la zurda » ¡ qué chapín tan más
jugadorazo , que madrazos de gol sacaba de la pierna
chueca ! ” ; trato de remendar los odres del tiempo
al hilvanar los despojos de aquellos días ;
continuamos la plática con un dedal y un ramo
de alfileres bajo la lengua que sonámbula repite
los mismos coros de la “ singer ” ( callan las sombras
y redobla un eco sin remedio : “ tac-trac, tac-trac,
tac-trac, tac-trac-trac-trac ” ; — nos visita ya
y nos besa la epilepsia núbil de la noche — ;
apenas cierro los ojos , amanece : “ abrí la cortina ”
y , “ si no abrió « el yucateco » , nos vamos a los caldos
de huacal ” ; derramo la última gota de sueño
de mis párpados en tanto escuchamos el fonógrafo
y bebemos las primeras letras del fútbol : el “ esto ”,
y el aquello ; látigos de polvo apuran el tiempo
y otra vez posa la tarde su terrible garra sobre nosotros :
son ya las cuatro , y es hora de comer ; “ bajá
la cortina y poné el candado ” ; la tarde numerosa
lo ciega y lo zurce todo con su hierro ; salimos
a la calle , cruzamos av cuauhtémoc , y arrastramos
el hambre hasta llegar al restorán “ el yucateco ” ,
que no abrió ; jalamos de nuevo el estómago
y los perros retorcidos de la entraña hasta los caldos
de la esquina donde entramos ; ( llora una famélica
mujer a espaldas de la mesa , anémica y plañidera
a la que vi el enjuto y parco rostro jamás ) ; entre huacales
y tortillas — caídos soles en el tiznado cielo del comal —
afilo este pedazo de niebla escrito a jirones en papel
de estraza , abismo estas páginas desleídas
y perfumadas con el olor de la cebolla y el cilantro
al igual que mis manos que guardo en los bolsillos ,
vacías al igual que mi estómago que ambula
como un perro hambriento en la doctores del domingo ,
tan oblicua y ajetreada y tan dura e indómita
como el mesero y los comensales , hasta que vuelve
otra vez mi espíritu a la mesa una vez servido mi caldo ,
y entonces me pregunta don leonel : “ ¿que tanto escribes? ” ;
y yo en el fondo quiero decirle que intento ser
aquél poeta , el gran « poeta de la zurda » ,
ese que jugaba fútbol en los llaneros de malacatán
en guatemala y los del “ córdova ” en tapachula ;
pero bien sé yo que izquierdos no tengo ni el corazón
ni la pierna , aunque muerdo en el aire un ala
y hundo la cuchara de los ojos en esta humeante
página sin plato en la que cifro para mis más dentros :
“ quien remoja la lengua y el corazón entre las llamas
del silencio y no se agüita , ni se queja , y quien procura
sólo vivir para las letras sorteando el hambre y los
inciertos rigores y tormentos del poema — de la vida — ,
ése , el poeta : el que juega con la palabra de la más
abzurda lengua ” ; ( y ya le paro aquí con mi sermón
zurdo lector que vas desde la izquierda letra a la derecha
mientras exprimo un gordo limón sobre mi caldo
y me zampo un monolítico taco de sal con aguacate ) [...]

---

*(De Icarías, Premio Nacional de Poesía San Román 2007)

Poemas de Consuelo Ruedas

Nos morimos, amor,
y nada hacemos sino morirnos más
hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

Jaime Sabines


Gracias por despertarme, no puedo ahogarte… Josuhé

I

Seamos cómplices de nuestros pecados,
con dos o tres mentiras
en la luna llena.

II

Es posible que apagues tus ojos,
y el sabor y el aroma del mar,
penetren tu cuerpo y adquieran tu forma.

III

Soy tu centro,
el espacio,
en este poema de origen divino.

IV

Basta mi jornada de a-mar-te,
hoy,
mañana,
el fin de semana próximo.

V

Soy la serpiente en derredor de
tu tronco de agua,
la mar,
la tierra.

VI

A través de la penumbra,
casi a ciegas,
a tientas,
me suicido en tus labios.

VII

Dioses y demonios sueltos.
Se azota un rayo
en el tronco de la hoja.
Surgen yescas azules.


VIII

(Metamorfosis en incendio)
Imagine-se Usted
nada más,
¡qué deseos de quemarme en su boca!

IX

¿Continúa la espera?
(Ateísmo-aroma-azul).
Ya ve Usted, arden mis poros,
asfixiándome en su piel.

Uno más que dice "mirá qué lindura de poemas"



Servando Becerra


(desde Puerto Rincón Dorado XXX)

Supongo que ante la crítica, y no hablo de una crítica de cinco centavos, sino de la que hace la gente decente (como bien diría Sainte-Beuve), dicho de otro modo, la que se formula entre los amigos, con los vecinos, nada mejor que la superchería letrada. Así que después de pensar en más de un libro y dejar de lado mis pretenciones académicas, decidí tomar un momento superficial en las nebulosas aguas del Pacífico. Como el bolsillo lo permite y los deseos son muchos, desde febrero me encuentro desterrado en una torre del olvido llamada Puerto Rincón Dorado (quien sepa de geografía tercermundista sabrá dónde se sitúa ese rincón del cielo). En el bar La Casilla del Ángel vivo las tardes calurosas pensando en literatura de altos vuelos y mujeres a ras de tierra. El sexo ha sido excelente. Mucho. En gran cantidad. No tan bellas paisanas han sido una delicia playera. Los libros pocos. Mejor. Acá el ritmo de la vida cobra una significación borroza. Un conjunto borroso. Sin embargo, debo al buen tino de mi dilecto amigo Sebastián Ladrón de Guevara, el trabajo de leer el número 125 de la revista Crítica (editada por la Universidad de Puebla). Como decía al principio, la charla literaria es lo más decente que entre dos grandes conocedores puede establecerse. Ladrón de Guevara que es, por decirlo de alguna manera, un socialité de las Bellas Letras, me ha dicho (y leído) que en la mencionada revista se publica un largo poema de Maurizio Medo intitulado “El hijo de Mountain (cómic imposible)”, que, ademas de ser una especie de malogrado Sísifo, contiene un grado cero de vanguardia pululante. Hijo del Cono Sur, Medo no oculta la cruz de su parroquia, su lectura análitica, por momentos nula, de las vanguardias históricas latinoamericanas es un infeliz escamoteo. Por ejemplo: “Ha muerto Mountain man/ Ban swift la realidad y/ con una nueva semántica: familia es diáspora, el lugar/ ausencia/ y utopía”, cómo decir, no sé, me pregunta Ladrón de Guevara que qué madres contienen esos versos, un remedo de Vallejo, de Zurita, de Milán (oh, Padre Redentor), eso, lo que manifiesta un reflejo cuasi audaz en Medo es un falso reformismo letrado. O, como dice Julián Herbert al comentar el trabajo antologador de Alí Calderón, hay ahí una “anomalía subsidiaria”. Un experimentalismo inicuo que supone un empleo del lenguaje en su cáriz más rugoso. Bien, no dije nada. Ni me interesa decirlo. En realidad el poema de Maurizio Medo no me gustó. Eso es todo. Lo demás, es pura fluslería. Sonido y furia. Mera verborrea playera. Por cierto, pronto vendrá Yazmín a calmar mis furias lectoras. No me cobra un centavo por su trabajo. Me doy por bien servido “con limas ocultas en los pasteles” como diría Maurizio Medo.

La Casilla del Ángel (marzo 2008)

sábado, 15 de marzo de 2008

Apuntes*


Luis Martín G. Franco

Habrá un lenguaje en el espacio que no lograrás interpretar. Pensarás en lo que dejarás atrás (dejaste). En lo que se irá como el olvido de algo que sentirás dentro de tu cabeza, pero que no sabrás qué cosa de mierda es. Recordarás tus pasos, meditarás, recorrerás tu cuarto en silencio, tendrás la garganta cerrada..., la respiración entrecortada..., incluso jadearás..., verás luces..., líneas..., asma..., migraña..., reconocerás esa cobardía psicosomática; pero nada cambiará. Luego te moverás en derredor de una silla; no, de dos, una gris de patas manchadas con pintura blanca..., la otra estará sin pintar y sucia. Pensarás en dormir, no tendrás otra opción, la cama será dura (de qué otra forma pordría ser), no hay más, no tendrás más, lo sabes.


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*De Une musique pour Valdivieso, novela

La inquilina que mató a la dueña de una casa


Paola de los Santos

La señora regordeta está loca. Con una madre anciana y 40 años de soltería no se puede esperar más. Pero ella, la estudiante de letras que más de una vez tiene que desvelarse con música de Serrat y una cajetilla de cigarros, no lo está. Ella lo sabe. Piensa. No grita que apaguen la luz o que la señora de abajo, dueña de la casa, le baje el volumen a la música de los Temerarios que suena allá abajo. Como si una adolescente de secundaria pidiera a gritos que regrese su enamorado.


La señora regordeta se llama Ale, Alejandra. Como la protagonista de un vals. Sus anteojos y su piel arrugada la hacen recorrer los años que ella, la estudiante de nombre Penélope no ha recorrido. No obstante siguen los gritos de apagar la luz, de no lavar demasiada ropa y trastes porque el agua se acaba, de no hacer ruido porque ella no concentra en los amores que no llegan. No sabe que Penélope no soporta los regaños. La vuelven neurótica las mujeres ancianas como esa que grita allá abajo. Por eso piensa poner en marcha el plan. Al final, seres humanos es lo que sobra en el mundo. La madrugada llega. Penélope le ha bajado a la música. El sonar de patrullas en las calles habitadas de chicleros durmiendo en las banquetas. Un perro muerto a media calle. Bolsas de basura en las esquinas. Las mismas que no cupieron en el carro recolector. Y una señorita, estudiante de letras que baja a la cocina. Abre la llave del lavabo. Un chorro de agua cae despacio. Disuelve una sustancia negruzca en un vaso de plástico y lo rocía por toda la fruta y carnes que hay en el refrigerador. No olvida agregarle un poco al jugo de naranja para la mañana. Son las cuatro de la madrugada. Recoge sus cosas: libros, dos mudadas, un plato y dos vasos de plástico y sale para tomar un autobús de regreso al Distrito Federal. Que al cabo lleva una semana sin decir de dónde viene ni que es estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras y que estaba ahí tratando de escribir un cuento sobre la muerte.

La Musa incómoda

Gerardo Deniz (seud. Juan Almela) Foto de Omar Mesinas

Avisos de ocación


La Musaraña



“DESAIRES”

Cariacontecida permaneció la afición al comprobar lo mal que quedó José Agustín (n. 1944), el Eterno Chamaco de Chamacos, el Joven Escritor por antonomasia, superando en juventud, divino tesoro, al mismisísimo Juan Villoro (n. 1956), por su “desaire” al cancelar su presentación en conocido lugar en honor a conocido poeta, programada para el pasado 27 de febrero.


No es la primera vez que José Agustín hace de las suyas. ¿Ya no recuerdan lo que pasó en agosto de 2005? Pues esta columnista sí: que se anunció por todo lo alto y lo bajo su asistencia a conocido y por demás anual Festival de Poesía, y allá vamos los estudiantes de letras, los reporteros y los columnistas de ocasión, con nuestros morrales y cabelleras grasientas y nuestra única lectura del susodicho: un ejemplar plagado de erratas de La tumba bajo el brazo, a ver si se nos hacía la buena de que el autor lo firmara. Pero lo que no pasó no pasó y, al paso de José Agustín, no pasará, ¡pues qué pasó!


Una fuente poco confiable aseguró aquella vez a esta columnista, entre otras lindezas, que se trataba de un “vil truco publicitario”. Lo pasamos al costo y atrasado: ¡Dios nos libre de esparcir calumnias a diestra y siniestra! Pero hay que dar a conocer la opinión de los respetables diletantes. Después de todo ya lo dijo Dadi Yanqui, se trata de “cosas que pasan en el Barrio Fino”, a lo que esta columnista agregaría: “¡Yeah, man!”



FESTIVAL DE PRE-PRIMAVERA

Los pasados tres y cuatro de marzo, en la Facultad de Humanidades de la UNACH, en un auditorio lleno en su mayoría de rabiosos estudiantes de letras, algunos incluso con anteojos de pasta, se llevó a cabo el Segundo Encuentro de Creadores Universitarios “Voces compartidas”.


Participó la culta muchachada en general y en particular nuestra Plana Mayor de Columnistas y Colaboradores. A saber: Alejandro “Tengo más columnas que tú y en casi todos los diarios de Chiapas, mugrosa Musaraña, y voy por más” Aldana Sellschopp, que leyó su fresquísimo relato “Diario de un lobo”; Mario Alberto “El Resentido Criticón de la Joven Literatura Chiapaneca” Bautista, que leyó… quién sabe qué leyó, ¡pero leyó!, y algunos aseguran que al final del encuentro lo vieron llorar amargamente en los baños de Humanidades diciendo: “No me comprenden, soy demasiado bueno como para que comprendan lo que quiero decir”, etcétera. Así también, participó Fabián “Yo soy el Niño Artillero y vengo por todo el poder, las columnas, las revistas, los encuentros, los trabajos, los consejos de cultura, las chamaconas nuevas de letras, los blogs y lo que se mueva” Rivera y Raúl “No me digas gongorino ni me incluyas en tu mesa de narrativa porque soy Poeta” Vázquez.

Una felicitación especial a Fabián “Yo soy el Niño Artillero y vengo por todo el poder, las columnas, las revistas, los encuentros, los trabajos, los consejos de cultura, las chamaconas nuevas de letras, los blogs y lo que se mueva” Rivera por la organización y por presentar en formato electrónico la revista labrando agua, originalísimo proyecto.



¡VIVA AGUASCALIENTES!

Ni en febrero ni en marzo: será en abril. En un acto de “justicia poética”, por llamarlo así, el poeta de origen madrileño, afincado prácticamente toda su vida en México, Gerardo Deniz, será homenajeado en Aguascalientes, cuna del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, e inspiración del inmortal corrido “La Feria de San Marcos”, inspirado a su vez en la Feria de San Marcos de Aguascalientes, Aguascalientes, “popularizado” in mass media por el no menos inmortal Antonio Aguilar, que no nació en Aguascalientes, sino en Zacatecas. ¿La razón?, se preguntarán ustedes después de tantas comas. Pues que el jurado del premio de poesía de este año declaró desierto, es decir, sin ganador, el afamado concurso y decidió, a su vez, otorgar el monto del premio a Deniz.

Juan Almela, nombre verdadero del poeta, nació en 1994, como José Agustín, y ciertos versos suyos de cierto poema (“Con frecuencia se nota que improvisa. Que falsea tradiciones, héroes, anatomías / para salir del paso”, de “La escuela autoritaria y cómo nació un respetable género de literatura”) pueden achacarse a cualquier integrante de la conocida Plana Mayor de Columnistas y Colaboradores de este malhadado “suplemento”. Ya lo saben: será en abril, señores, y cierren las puertas.



PUBLICIDAD PAGADA

Ah, sí, en un intento más de hacerse del Poder y la Fama, con mayúsculas, la Redacción hace extensa la invitación al publico interesado en la Palabra a visitar la página electrónica de este suplemento y se disculpa de antemano por la inconstante actualización del mismo. La dirección es quedatecontuborges.blogspot y, como dice la misma Redacción, “no es broma, creemos en la Palabra, queremos que lo pongas en tu columna”.

Teatro ejemplar de la tristeza


María Negroni

Un vampiro es un ser enamorado de su propio desconsuelo. Se aferra a lo perdido como a un escudo. En los laberintos del castillo abandonado del afecto, se lo ve deambular, cabizbajo y mudo y voluptuoso, sediento de una sed implacable, atormentado por la memoria de algo que acaso nunca ocurrió. Tanto Carmilla, la vampira de Sheridan Le Fanu, como el esquivo de Nosfe¬ratu, lo saben bien: hay grandeza en medirse con las intemperies de lo anómalo. En la noche eterna, sufrir puede ser una patria.


Julia Kristeva (Soleil Noir: Dépression et mélancolie, 1987) atribuyó a la actividad de poetizar las mismas poses sombrías. Vio en ella una empresa hecha de enconos y gestos desesperados, reacia al duelo, que altera la pulsión de muerte y la vuelve mímesis de resurrección. ¿No viajan los grandes poemas siempre hacia lo indecible? ¿No nacen de rimar los lutos del lenguaje?
Como Nosferatu o Carmilla, los poetas son seres del abismo del tiempo (que es también el abismo de la falta de identidad), criaturas absortas, aferradas al castillo en ruinas de sus proyecciones, exasperadas por ver vivir eternamente lo que no cesa de morir. Por eso, tal vez, apenas hablan y, cuando lo hacen, balbucean interjecciones, ritmos, cosas olvidadas como si así pudieran acercar el sentido del cuerpo que los desterró y conjurar por una vez la noche inmóvil. En cada ataque amoroso vuelven a la pena como a un salvoconducto infalible, y renuevan un pacto que evoca servidumbres secretas: su parafernalia de crueldad conduce a cierta belleza oscura de imágenes fugaces. Toda contaminación supone estremecimientos y sombras vertiginosas. (Es preciso sobrevivir a la noche.) El deseo es que las palabras, como decía Hölderlin, se abran como flores. En el umbral de la nominación, el poema elige, in extremis, una desgracia edificante: se yergue, desafiante y vencido, como un viudo identificado con la muerte.


La poesía, hubiera dicho Benjamin, es un teatro ejemplar de la tristeza. Una inercia que persevera, ensimismada y sorda a toda revelación, atenta sólo al mundo de los objetos y a las lentas revoluciones de Saturno. En ella, si se mira bien, lo único activo es el ataque camuflado contra el otro instalado en el yo (o viceversa), con tal de suprimir una escisión intolerable. El juego, entre impremeditado y alevoso, da sus frutos. El poema no interrumpe su ciego deambular pero es posible que algo pueda recibir, aunque más no sea un instante, de la luz residual de esa violencia.


Duelo imposible, balbuceo, efervescencia amorosa y criminal, una saga lírica regida por un voluntarioso desamparo: la melancolía también es una estética, y la sensibilidad gótica finisecular (la nuestra) acaso sea uno de sus nombres. Detrás, como antecedente, habría que enumerar lo que otros llamaron el Bizancio anglofrancés del siglo XIX, la literatura charrogne y ese culto de la belleza manchada, emparentada con la desdicha, que popularizó Baudelaire en El pintor de la vida moderna.


Todas las variantes del vampirismo, las voluptuosidades fúnebres, las alianzas entre el placer y la tumba, la flagelación, el amor lesbiano, la atracción de lo exótico y los cuentos de terror y necrofilia que conoció el fin de siglo pasado, provienen de esta concepción de la belleza, y su physique de l’amour, saturada de ruinas, caos y estatuaria, remite al mismo universo sublunar aludido por Kristeva. La poesía, en este sentido, pertenece por derecho propio a la Biblioteca del infierno.


Vincular acedia y lírica permite, por fin, algo más: redefinir el papel que le cabe a esta última en nuestro fin de milenio. Si, vista desde la tecnología y la democracia voraz de nuestro mundo de imágenes, la poesía es un género anacrónico, no lo es desde una teoría de la tristeza, en la medida en que su gesto instaura y garantiza una distancia infranqueable con una fuente que representa el origen y/o la verdad. Al obedecer a un ritmo hecho de súbitos detenimientos, cambios de dirección y nuevas inmovilizaciones, el poema actúa precisamente una imposibilidad: la de condensar significado y significante. Una y otra vez, la isla heroica de la melancolía, como la llamó Marsilio Ficino en el siglo XV, insiste en la experiencia material y fracasa. Este fracaso es espléndido y debe celebrarse porque, con él, se pone de manifiesto lo construido (lo falso) de la verdad simbólica, dando lugar a un mundo donde la jerarquía de una visión coherente de lo real no se sostiene.


Quiebre de la noción de totalidad y añoranza incurable de algo que, acaso, nunca se tuvo, son, desde siempre, marcas de lo que se sabe en estado de extinción. La poesía, acicateada por el deseo, realiza un movimiento afín: como intrigante que, en un misterio medieval, multiplicara significaciones, arma una coreografía escrituraria y, en ese decorado, escenifica una catástrofe (una epifanía mínima y fugaz), reubicándose como un arte imprescindible de la época.


Villiers de IIsle-Adam, Théophile Gautier, Mary Shelley o Renée Vivien, supieron ya a fines del siglo pasado (en su propia sociedad moribunda, transida de progreso) que la respiración asmática, como toda ostentación, tiene que ver con la carencia. Por eso, la belleza decadente de su producción, llena de emblemas, martirios, intrigas y lamentos, como la luz que ilumina en los cuadros barrocos el dibujo oscuro de la alegoría, es un efecto de opuestos. Reducido a un estado de ruina, el lenguaje ya no sirve para la comunicación pero está tanto más cerca de lo incognoscible. A la casa de la significación, por fin, se le ha volado el tejado.


Hay una vida afectiva del verbo donde éste se decanta, pasando del sonido natural al puro sonido del sentimiento. Para este verbo, el lenguaje no es más que un estado intermedio en el ciclo de su transformación, describe el trayecto que va del sonido a la música, descomponiéndose con la lentitud de los cortejos. En este verbo, hablan la melancolía y los poemas. A la manera de una enfermedad fatal, corrompen la lengua para amplificar lo eterno de lo efímero, lo ilusorio de lo verdadero. La estética es errática. No se buscan esencias, sino monogramas que cifren misterios, alguna traición, una voluptuosidad inútil, un gabinete fantástico donde un niño pueda perderse bajo la mirada de Novalis. En este verbo, el torpor se trastoca en audacia, lo banal en contemplación de lo banal, la proclamación en cosa rota. En este verbo, la tristeza se fragua a sí misma para salvarse.

Poemas de María Auxiliadora Álvarez

16

La tarde total
la estertórea te busqué
entre los cuerpos
entre los bultos espasmódicos
y no había nadie
exento
de abdomen grande oscuro de vagina
de pie descalzo sangriento y lento
de ojo de miedo
compañero tan relativo
no había nadie lleno de escrutinio
de padre muerto
y de madre abrupta
rojo mediterráneo observando así
huesudo riguroso
con la boca para adentro
como si no tuvieras dientes
con esa naturalidad
para el sufrimiento ajeno
la tarde total era de tarde
de agujas y tubos
y muertos alrededor
y una deforme y desnuda
con las piernas abiertas
con los brazos abiertos
eliminando toda la sangre
y todo el hijo
de que se es capaz
que no puede salir
porque una tiene la abertura
como cerradura
compañero tan relativo
rojo recto riguroso

exento.






10

Procreo
en lugar seguro
segrego
el líquido adecuado
espero
las larvas
entre los cartílagos
de los toros tibios
deposito sus tendones
en la boca de mi hija
todos los mediodías
digieres
vértebra y vena
y te ríes
me quieres sólo a mí
porque te gusta este olor
y esta temperatura
que conservo en cada ciclo
como debe ser
te miro
el esófago largo
dirigiendo
la instancia
y te ríes

me halas el pelo
y los huesos de la cara
buscando los alvéolos
del fluido medular

renuevo
la quietud
del fémur
en las cavidades tibias.

***

Mi esposo que vive enterrado
tanto le da la vida como la muerte

Yo y los niños vamos a veces
corremos en su superficie
EEEE le gritamos
con las bocas pegadas a la tierra


SAAAAAL queremos verte
ven a ver este sol estas personas estos animales
estamos alegres


Lo oscuro de él no saluda
o se pone triste con la mano
o hace señas para que nos vayamos


Sal solos de ti.



Uno de Coetzee


Servando Becerra


No sé qué decir. No tengo palabras. Tal vez un monosílabo, un…, no sé…, chiste… Pero no es el lugar, no el espacio; pienso, mejor hablaré de un libro que todavía no termino de leer, pero que me tiene atrapado, mezquinamente por cierto. Si algo me importa poco son las lecturas, los autores, los libros, los muchos libros. No son más que ideas de otros, que normalmente ni siquiera hago mías (Schopenhauer asiente con su voluntariosa testa). Coetzee es un escritor al que uno se acerca sin buscar atajos. Sus libros no son narrativas de fingida erudición histórica, ni sesudos vericuetos rococó, ni, qué diré, una escritura que resulte un viaje al furor de la literatura. Ahora bien, ya en materia, habría que decir que el libro Contra la censura (último de ensayos de Coetzee), no es una joya del pensamiento crítico, no; más bien es una especie de gozne. La cesura, ese mal de todos los tiempos, piedra de toque, marco de referencia ético de muchos titerillos de la democracia. Coetzee escribió este libro en una reacción contra el silenciamiento. Acto, por otro lado, muy socorrido por los amos del mundo. Silenciar. La censura “es un fenómeno que pertenece a la vida pública” escribe el autor. Ni qué decir. Léanlo. Presumo lo harán o ya lo hicieron. Disfruten de un tope contra los propios silencios, los siempre presentes silencios. Y si no, no creo que importe mucho, al fin de cuenta siempre callamos.

viernes, 7 de marzo de 2008

Queriendo ser Salamandra


Paola de los Santos

Cuando un hombre como Marino me llevó a su pueblo de costumbres tan ajenas a las mías lo hice porque lo amaba ¿Qué iba yo a saber de sus intenciones locas? De quererme para presumir un himen virgen que él rompería, de que si él no era el primero era yo merecedora a la deshonra.

Había leído poco, pero había vivido lo suficiente como para que unos años antes fuera como La salamandra de Rebolledo, la Elena Rivas de una ciudad como la que me vio crecer. Una mujer con un empleo de oficina que no se acostaba con un hombre por el dinero ni por su posición económica sino simplemente no se acostaba y ya; una Elena Rivas que había dejado de ser una Santa por el hecho de que los tiempos cambian y las condiciones de una mujer también. Sobre todo, si el Pedregal se había convertido en un San Ángel de residentes adinerados y Papantla en una zona turística donde gente como Gaudencio eran indígenas con concepciones norteamericanas de la vida. Si había que verlo hablando de las ideas de O’Gorman sobre lo que realmente fueron los liberales y conservadores. Fue entonces cuando descubrí que una liberal como yo, no debía hacer caso de las ideas tradicionalistas de un país que quiere imitar el modelo norteamericano, y me entregué a los amores de adolescentes que nada importaron para mi vida de ahora.

Pero un día, una mañana como aquella en que me vendieron, conocí a Marino y me dejé embrujar por él; por sus palabras y porque sabía que una Salamandra vivía en el fondo del océano y quise que Marino me llevara allá. Fue entonces cuando me puse a imaginar a los pescadores y cambié mi noche de bodas en un hotel frente al zócalo por una noche romántica frente al mar. Porque presentía que las noches románticas no son en las playas de Cancún o Acapulco: en una discoteca o en un bar de hombres adinerados sino en una playa virgen, sin servicio a la habitación ni aire acondicionado, no en una cama de hotel sino en una hamaca, escuchando el ruido que provoca el agua salada al juntar las olas con el estero.

Pero nada de eso se dio. Después de los brujos esos que decían estar muertos, Marino y sus padres me llevaron a una embarcación pequeña, jurando me llevarían a una purificación eterna y antes del anochecer comenzaría la transformación de mi alma. Y sí, la transformación de mi alma comenzó desde el momento mismo en que me juntaron con otras cuatro chicas menores que yo y negociaron nuestros cuerpos en una cantina barata de la frontera. Como si yo fuera extranjera, una cachuca con el sueño gringo. De nada valió que dijera que era bien mexicana si mis documentos quedaron en la cama donde me pusieron aquel vestido blanco adornado de caracoles, ahí donde me despojaron de mis joyas y pequeños accesorios alegando que ya no los necesitaba.

Hasta que de un momento a otro, terminé siendo la mujer de un hombre con cara de actor de película mexicana de los noventa o de un escritor en busca de aventuras. Porque me preguntó mi nombre: “Camila —le dije—, 20 años y originaria de Papantla. Con ganas de salir de este puto lugar y de una vez por todas terminar de mitificar la Elena de Troya; porque a partir de hoy seré Elena Rivas en busca de Francisco León o de cualquier otro pendejo que se preste al amor de un animal con veneno”.

El hombre arrugó las cejas y antes de preguntar qué pasaba me limité a recostarlo en la cama negruzca con olor a alcohol y cigarros: en una cama de cemento y un colchón de 300 pesos.

Si Marino y su gente me habían vendido para superar la vergüenza de un maldito loco con disfraz de poeta, era entonces el momento de dejar atrás las lecturas que ofrece la SEP de los románticos de tierras latinoamericanas y hacer mía la propuesta de revalorar el mito de “La seducción eterna” de Amado Nervo y olvidarme de una vez por todas que la “vida nada me debe…” y antes de que el hombre bajo mi cuerpo gritara con un “me vengo” me separé de su cuerpo y lo dejé en la imaginación de qué sería coger con una puta latina que decía ser papanteca, para perderme en la imaginación de qué sería picotearle el cuerpo, con un cuchillo de cocina, en un prostíbulo donde sus gritos serían ahogados con el bullicio y luego seducir al dueño para que me dejara ser la salamandra de su bar.


Bitácora del andasolo




[Evocación del Sabinal]


Balam Rodrigo



El río Sabinal se había desbordado hasta mi casa [...]
Este río, casi arroyo, en épocas de lluvia se dejaba venir
con ganado muerto, gallinas, y uno que otro ahogado.


Juan Bañuelos


1.

Los pechos que las mujeres lavan en las aguas del río Sabinal son morenos. El sol les pule las areolas con gotas de oro: Son pezones que aroman la tarde, pulpa de café para el que olvida.

La enagua y la grupa húmeda de las mujeres estremecen al viento y al camino, pero sólo los sabinos ríen:

Aguacero es su cuerpo, zurdo y azulado tiempo de agua en la memoria.



2.

Al final de la tarde las hembras núbiles que han lavado el corazón del día en la boca limpia del Sabinal pueden amar. Parten con bruñidas tinajas en la cabeza y se despiden del cielo agitando su cuerpo innumerable.

El río y su cósmico estropajo de canciones arrulla con amor a las hijas de Coyatokmó.



3.

Los hijos de la Coneja lunar sueñan con el abrazo perpetuo del Sabinal.

A la hora de la muerte recitan la exacta plegaria apenas dicha: Árbol de cristales devore la mi lengua, élitro de lunas destroce los mis párpados, óleo de sabinos unja la mi agalla, álgebra de sales transmute los mis ojos, ósculo de aguas palpite labios en mis mordidos labios...



4.

Las primaveras del Sabinal queman el cielo con sonajas amarillas y el zopilote —dardo negro— clava su luz mortuoria en el oscuro grito del ámbar mientras espera los inertes y ventrudos cuerpos de las bestias ahogadas por las sombras.

Azafrán es el delito de los soles de la primavera que amanecen y amanecen:
Soles para el ciego.



5.

La noche y los albos pezones de la luna rozan el lomo herido del Sabinal. Un aullido de pájaros desata las hordas del insomnio y la bruma se levanta para salmodiar los ecos del ahogado. Un ejército de sabinos arrastra la noche y sacude las estrellas de su lomo.
El Sabinal es el sueño esperado y anunciado por los muertos.



...
Notas: Coyatokmó significa en lengua zoque “lugar o casa de conejos”. Antiguo nombre de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Las “primaveras” es el nombre local del Tabebuia donnell-smithii, árbol de flores amarillas que crece a orillas del río Sabinal.


La Musa incómoda




Cuestionario incómodo con...

Jorge Luis Borges


La Musaraña


Debido quizá a una sobreexposición de lecturas de H. G. Wells y Julio Verne, sumadas a las porquerías psicotrópicas que le facilita la Redacción, la Musaraña, nueva colaboradora de este su suplemento de confianza, asegura, jura y perjura que viajó de ida y vuelta en el tiempo para entrevistar, nada más y nada menos, que al Argentino Universal.
Acá las tortas, como diría Joaquín Pardavé:


MUSARAÑA: Don Jorge Luis, gracias por la exclusiva. Dígame, de entrada, por qué es tan arrogante.

JORGE LUIS BORGES: Es una rareza y hasta un honor entablar diálogo con el más pequeño mamífero conocido. No soy arrogante, creo yo: soy viejo, y también soy argentino. Pero puedo ser jactancioso; después de todo he sido, como usted, Shakespeare, y Sir Francis Drake, y Quevedo… Curiosa identidad la del argentino, ¿no? El ego andante, ¿no?... Espero que esta percepción de la Argentina cambie con el tiempo.

M: ¿Y ha sido una musaraña? Los machos de mi especie poseen el pene de menor tamaño entre los vertebrados: cinco milímetros de pasión…

JLB: No sé, quizá he sido un topo (ríe). Ahora mismo soy un topo. Creo que fui un tigre, alguna vez. Espero haber sido un tigre…

M: Qué opina del comentario más o menos reciente de la escritora mexicana Rosario Castellanos sobre su relato “La intrusa”. En un artículo ella deduce que, dado el tratamiento despectivo o nulo de su parte hacia los personajes femeninos, es usted un machista…

JLB: ¿Rosario Castellanos, dice usted? Pues no sé. A mí llegan y me leen los diarios, muchos diarios y revistas, pero no me habían dicho; quizá por no ofenderme pero, como dicen los mexicanos, según Reyes, ¿quién es esa vieja?

M: Rosario Castellanos es una escritora mexicana muy reconocida.

JLB: Bueno, si así lo pone usted, uno puede opinar lo que quiera… (Borges se dirige a Adolfo Bioy Casares). Dígame, Bioy, ¿sabe algo sobre eso?

ABC: No. Será que porque aquí no llega tanta prensa mexicana…


M: Hablemos de otra cosa, entonces. ¿Qué opinaría usted, don Jorge Luis, si yo le dijera que en el futuro un presidente mexicano se referirá a usted como el escritor José Luis Borgues? ¿Tiene usted idea de la cantidad de críticas que lo que nuestra Redacción llama “la gente progre y bonita” hará sobre esta declaración? De hecho, puede decirse que la crítica a todo el estado cultural de ese sexenio se basará y ejemplificará en el desafortunado comentario.

JLB: Yo escribiría un epigrama, si estoy vivo.

M: Don Jorge Luis, ¿está usted consciente del uso desmedido del verbo “bifurcar” por parte de los demás escritores a partir de usted?

JLB: ¿Consciente? No sé. Si los escritores no saben ni abrir un diccionario de sinónimos no es mi culpa. Debe ser una cuestión de Wahlverwandtschaften,[i]

quizá (Bioy Casares y Borges ríen).

M: ¿Qué opina de la interminable lista de alusiones banales y seudoeruditas sobre usted en el futuro? Muchos hablarán de usted teniendo una muy superficial referencia de su obra… Habrá películas y libros, incluso diarios íntimos dedicados enteramente a usted (Bioy Casares sufre un ataque de tos. Pide agua).

JLB: No es asunto mío. En el futuro ya estaré muerto. No es una conjetura que me interese. En todo caso, por qué tendrían que conocer a profundidad lo que usted llama mi obra (mi pobre obra diría yo, a pesar de la cacofonía). Dudo mucho que se interesen por este viejo dentro de veinte años…

M: Lo harán.

JLB: Entonces podré aspirar a la inmortalidad.

M: Sin duda.

JLB: Entonces seré de nuevo Shakespeare…

M: Y Quevedo…

JLB: Y un topo (ríe).

M: Y una musaraña, con algo de suerte…

JLB: No exageremos…



[i] Wahlverwandtschaften: Borges, además de mostrar su inconmensurable alemán, se refiere a un término difundido a raíz de un libro de Goethe: afinidades electivas; es decir, una suerte de preferencias afines, compartidas, como el uso del verbo “bifurcar”. Nota de la airada Redacción.